Dice Mónica que Bill la destruyó. En tanto que factor mediático-político, es evidente que algo de verdad funciona en tal aserto. Mas Truman Capote apuntaría claves psicológico-oportunistas a no desdeñar. ¿Por qué matas a sangre fría? ¿Por qué te dejas seducir a corazón caliente? ¿Qué tiene el poder que nos vuelve locos/as? ¿Cuándo se mide la tensión entre deseo puro y falsario? Se las trae el asunto. Al fondo de la escena, nada que ver con novelas históricas (¿es posible sostener que la historia puede novelarse?, ¿no sería más cierto apuntar que la memoria construye ficciones novelescas?) un presidente agobiado, en edad de merecer sexualmente y Hillary cazando ranas y saboreando las mieles de la Casa Blanca, más entretenida en decorar y orlar despachos, saludar a petrodólares ciudadanos y damas serviles que en atender esencias propias del amor, las orlas del semen.

Entresijos aparte, los pasillos conducentes al Despacho Oval repletos de jóvenes y "jovenas" (¿me permite la broma, doña Carmen Romero?), todos ellos en procura de estatus, condición y dólares sonaban a Joyce, hoy conmemorado, puro monólogo. Okey, Molly Bloom, Ulises joyciano, entera hoguera de vanidades y mera conjura de necios. Punto y aparte. Deseo dedicar esta columna a los escritores aragoneses que con estimulante ahínco pretenden ocupar su propio espacio en reciente historia literaria, y ojalá que de tiempos venideros. Bill y Hillary, sobre el cadáver de Mónica, están de acuerdo en el peso de la paja, bendito Terenci, tan mago y augur.

*Profesor de Universidad