La historia es un viejo pero sólido edificio muy difícil de dinamitar y que con o sin acierto, continúa haciéndose día a día. Nadie se enajena de la historia aunque lo deseara. La historia es un paisaje que exige muchos y sostenidos miramientos, por ejemplo para entender esta España que empezó a hacerse un conjunto unitario, hace muchos siglos; no se hizo con improvisaciones que suelen durar tan poco como aquel verano inglés que cayó en lunes.

Somos españoles por tradición secular y ahora, no podríamos ser otra cosa; mejores, sí, más que distintos; podríamos nacionalizarnos polacos o patagones, pero seríamos los mismos, no otros; nuestros genes serán siempre los nuestros y ellos no se nacionalizan ni se nos separan.Es ley de vida.

Nuestro destino colectivo más probable depende de determinaciones que ya sucedieron y de las que a veces ni siquiera hemos oído hablar. Hay circunstancias que no dependen de nadie en particular y que influirán ineludiblemente, en nuestro mañana. Las semillas históricas duran siempre.

Existe un pretérito colectivo que propiciará decisiones futuras sin que nosotros, cada uno de nosotros en particular, pueda o deba hacer otra cosa que asumirlas, procurar acatarlas y aprovecharlas; jamás ignorarlas. ¿Dejaría de existir la UE porque no nos gustase? Ningún país creció empequeñeciéndose.

Curiosamente, la propia inventiva humana, aporta ahora, una nueva alfabetización que la cibernética exige y que en pocos años, confirmará la aparición de una especie distinta de analfabetos formada por los millones de personas que no sepan o que no sepamos emplear el mundo de los ordenadores. ¿Qué pasará con esos nuevos analfabetos?

La Agencia Tributaria está empezando a requerir que las declaraciones fiscales tengan que hacérsele mediante ordenadores. ¿Cómo deberán actuar los nuevos analfabetos, pidiendo una exención temporal mientras aprendan o poniendo su suerte en manos de los nuevos escribas?

A lo largo del tiempo, hemos ido haciendo una sociedad básicamente responsable de su propia gobernanza, la sociedad democrática, pero rayaría en el absurdo negar que aún no sabemos regirnos bien y más absurdo todavía si, conociendo que nuestra manera de gobernarnos es desde luego bastante defectuosa, la diéramos por buena dispensándonos de mejorarla. ¿Contra la insuficiencia de los votos, sólo cabrá emplear los gritos y las piedras?

La imperfección es una característica constante en la vida de todos los pueblos y en la individual de cada uno. Churchill ya dijo que la democracia era el menos imperfecto de los regímenes de gobierno pero ni él ni nadie estaría legitimado para justificar los graves males que conlleva un régimen democrático que se abstuviera de perfeccionarse; para intentar la perfección siempre habrá camino, nadie ni personas ni instituciones mueren en estado de perfección. Hay que perseguir la perfección a sabiendas de que nunca llegaremos a ella en nada, como ocurre con los puntos cardinales, que decía Ortega.

Esa es la gran diferencia entre el ser humano y el resto de los seres vivos.Aquel tiene siempre la esperanza de hacerse mejor o menos imperfecto y esa es sin duda, nuestra enorme responsabilidad. Los poderes públicos, la sociedad entera y naturalmente, cada uno de nosotros, está dotado de recursos que en diversos grados nos permiten mejorar si nos lo proponemos.

El ideal deseable consiste en la igualdad de todos para poder progresar pero ello no querrá decir nunca que tengamos que hacer también todos, el mismo esfuerzo y que a ese precio, alcanzaríamos el mismo resultado. Nuestra sociedad ni nos exige ser iguales hasta ese punto ni cabe escandalizarse de que no todos obtengamos del propio trabajo, aquello que otros alcanzaron.

Ese ideal requiere la igualdad pero partiendo necesariamente, de saber que la igualdad absoluta de méritos nunca existe. La igualdad relativa, sí es viable y depende básicamente, de la aptitud de cada cual para ponerse con sudor, trabajo y lágrimas, al nivel asequible que no será siempre el deseable.Para ello, el objetivo consiste en ser "el mejor de los posibles que cada uno lleve dentro". La soñada democracia empieza por ahí. Todo lo que deba hacerse, vale la pena hacerlo bien.