Hace un par de días se cumplieron cuatro años de la muerte de Ana María Matute. Coincidiendo con esa fecha, su editor ha publicado una edición conmemorativa de Olvidado Rey Gudú y han salido sendos artículos sobre la gestación de la novela, su publicación y el fulgurante éxito que obtuvo.

Ana María Matute fue el primer autor de Editorial Lumen, la primera autora que contrató mi madre cuando, con 23 años, mi abuelo le puso una editorial en los brazos. Era el año 1959. Ninguna de las dos olvidó nunca aquel primer encuentro en casa de mis abuelos, con el marido de Ana María y mi abuela hablando por los codos, la chimenea encendida y Ana María y mi madre comiendo una tarta de manzana que la cocinera había preparado especialmente y que era, según Ana María, la mejor tarta de manzana que había probado nunca.

Mi padre la había conocido un tiempo antes y siempre contaba una anécdota que nos encantaba. Al parecer, la Matute llevaba semanas sin hablar, a veces, harta del mundo se encerraba en un mutismo obstinado e inquebrantable. Estaban todos un poco inquietos. Entonces un día mi padre se la llevó a comer. Ana María se sentó en la silla sin decir nada, abrió la carta, la estuvo observando muy seria durante unos minutos y de repente exclamó: «¡Chateaubriand! ¡Quiero un filete chateaubriand!» A Ana María le encantaba la carne. Y así acabó aquel episodio de mutismo.

Mi madre publicó casi todos los libros infantiles de la Matute y muy pronto Ana María le empezó a hablar del proyecto de Olvidado Rey Gudú. Iba a ser un libro infantil pero también para adultos, una larga saga medieval en un reino fantástico. A mi madre le encantó la idea y firmaron un contrato. Pero fueron pasando los años y el libro no se acababa de escribir nunca. Y entonces, un día de verano de 1995, sonó el teléfono en nuestra casa de Cadaqués. Era Carmen Balcells. Le dijo a mi madre que había encontrado a un editor dispuesto a pagar mucho dinero por Olvidado Rey Gudú, una cantidad de dinero que en aquel momento podía resultar de gran ayuda a Ana María, pero para eso ella tendría que renunciar al contrato firmado tantos años atrás. Mi madre se despidió de Carmen y se quedó pensativa unos minutos. Mi madre era una mujer de otra época y pensaba que por encima de los contratos y del dinero estaba la amistad, que más importante que lo que hubiese sido mejor para el negocio estaba lo que iba a ser mejor para Ana María. Al llegar a Barcelona, rompió el contrato. El resto es historia. H *Escritora