El gimnasio del colegio ruso de Beslán se transformó en polvorín terrorista, en infernal holocausto infantil y en demostración patente, una vez más, de que el fanatismo no conoce límites. Manos asesinas convirtieron las canastas de baloncesto del recinto escolar, con multitud de niños en él presentes, en asideros de improvisadas piñatas explosivas. Después el horror y los muertos.

De manera inmediata, la memoria de éstos se hizo historia. La historia es el archivo del mundo, todo lo registra y nada olvida; luego siempre habrá que aprender de ella, guiarse por ella y, merced a ella, rectificar actuaciones insatisfactorias. No hay reivindicación posible para la barbarie en la historia del mundo; y aunque el ideario del terror (de cualquier signo) esgrima como razón de su conducta la existencia de violencia previa sufrida en carne propia, nunca puede ser válida esta justificación para llevar a cabo actos de peor calaña en carne ajena, actos que otros patrocinan y/o amparan.

La violencia es la resonancia trágica del lado más oscuro de la historia.

*Doctor en Medicina y radiólogo