Celebramos estos días que en Islandia (allá) se ha aprobado una ley que dictamina que las empresas tienen que demostrar que las mujeres que tienen en plantilla cobran el mismo sueldo que los hombres que hacen su mismo trabajo. Y lo andamos celebrando ahora, en la segunda década del siglo XXI.

Objetivamente es una buena medida. ¿Se puede valorar objetivamente esto? Subjetivicémoslo históricamente. Pongámoslo en contexto con otros hitos femenimos y démonos cuenta del agravio también histórico que llevamos sufriendo las mujeres. La primera ley que reconoció un derecho básico de la mujer, la que nos permitía poder votar por los representantes políticos que rigen la vida de todo el mundo, no solo la de los hombres, se aprobó hace más de un siglo en Nueva Zelanda. Aún tardaría casi cuatro décadas en llegar a España y más de ochenta años en llegar a Suiza.

Subjetivicémoslo en general: ¿somos idiotas? Ya simplemente que haga falta una ley que regule esto, ¿no es indicativo de que las mujeres seguimos siendo ciudadanas de segunda? Piensen ahora en las cosas que no se pueden regularizar sobre el papel: las actitudes, las maneras de pensar, las libertades para actuar socialmente de una o de otra manera, la capacidad de decidir...Todo esto se reduce a un único debate que solo con formularlo ya demuestra una injusticia con la que llevamos demasiado tiempo viviendo: si la mujer tiene, se merece, los mismos derechos que el hombre. Si la respuesta es un sí rotundo, que lo es, ¿qué hacemos aún debatiéndolo? ¿Qué hemos hecho todos estos años? H *Librera