Una de las virtudes del nuevo Gobierno, sugieren sus defensores más prudentes, es que no podrá hacer mucho. Otros dicen, para tranquilizar, que Pedro Sánchez traicionará a sus socios como ha hecho siempre. Las prisas para lograr la investidura y el anuncio de que la formación del Gobierno va a requerir una semana presagian dificultades. La coalición será inestable, pero eso no quiere decir que sea breve: los matrimonios infelices no siempre duran menos que los felices, y desde luego se hacen más largos.

Aunque casi da pena decir adiós a este prolongado periodo de interinidad sin gobierno, y el fin de nuestro experimento anarquista despierta cierta nostalgia, el cierre de este parón es una buena noticia. La llegada al poder de UP es un éxito del partido y muestra la capacidad del sistema para integrar otras demandas. Los más optimistas defienden que el nuevo Gobierno puede impulsar medidas sociales, aunque el pacto entre UP y PSOE tenía más hojarasca que concreción: Miquel Roig lo definió como un programa socialdemócrata-unicornista.

Sánchez no consideró necesario explicar su acuerdo con Esquerra Republicana. Parecía difícil: unas palabras significan unas cosas para el PSOE y otras para ERC, y los redactores lo sabían y además sabían que sus votantes conocían ese juego de eufemismos, mantras y trampantojos. En general, en el debate de investidura, más que un verdadero proyecto, se reivindicaba que quienes formaban parte de la coalición no eran lo que eran los otros. Es una especie de oposición a la oposición.

El Ejecutivo será frágil: tenemos gobierno, ya veremos si gobierna. Posiblemente la convivencia con Iglesias creará disfuncionalidades y problemas: en la relación con las instituciones, en cuestiones comunicativas. Si un Gobierno en minoría de socialdemócratas y un partido a su izquierda es algo inusual, aquí tiene la particularidad adicional de sostenerse con el apoyo de fuerzas que buscan la destrucción del Estado (moderación significa perseguirla a medio plazo).

Las anticipaciones más catastrofistas que se oyeron en el Congreso son exageraciones: la hipérbole distraerá de los errores reales. La debilidad parlamentaria y la fragmentación de los apoyos se combinará con los límites que impone el sistema. Para camuflarlo se recurrirá a la guerra cultural (que, si conviene, puede incluir, como ya ha hecho, a esos límites del sistema). Dentro de cada bloque habrá riesgo de sobrepuja: el PSOE tendrá que defender su terreno frente a Podemos y el PP frente a Vox. Es probable que haya poca legislación real, pero mucha batalla de símbolos, con una retórica divisiva e impugnaciones totales al adversario. @gascondaniel