Cuando se trata de Hollywood es imposible separar la calidad cinematográfica de la taquilla. Entre las dos forman la realidad. Por eso el inteligente director británico Steve McQueen ha querido unir desde el principio su brillante 12 años de esclavitud a la nueva época que vive EEUU desde que un político negro llegó a la Casa Blanca. No es que el cineasta o los productores se hayan inventado el contexto, que no solo es obvio, sino que es una película que llega después de historias como Lincoln o El mayordomo, dos ejemplos de cómo la industria norteamericana refleja el nuevo país. McQueen se ha adaptado bien al terreno y como buen analista de la realidad que le envuelve y excelente provocador que maneja con destreza los contenidos violentos no ha dudado en reivindicar un trato cinematográfico para la esclavitud de los negros como el del Holocausto judío. Esta América, la más afroamericana de la historia, trata de ponerse al día. El Oscar al mejor director al mexicano Alfonso Cuarón, por Gravity, redondea esa actualización reconociendo la multitud de pieles y de acentos del país.