Hace ahora 40 años, el funámbulo francés Philippe Petit cumplió un sueño. Como rememora magníficamente el documental Man on wire (2008), este hombre irrepetible burló las medidas de seguridad para encaramarse a las Torres Gemelas del World Trade Center de Nueva York. Tendió un cable entre los que entonces eran los edificios más altos del mundo y caminó en el abismo durante 45 minutos, para deleite de los miles de viandantes que lo observaban 417 metros más abajo. Petit no podría repetir hoy la hazaña, porque los terribles atentados de 2001 acabaron con casi 3.000 vidas y con las propias torres. Pero, de algún modo, aquel paseo temerario evoca hoy la tambaleante figura en que se ha convertido el presidente de EEUU. Barack Obama aprovechó el aniversario del 11-S para solemnizar una vuelta de tuerca a su estrategia antiterrorista. La decisión de liderar una coalición internacional para combatir al Estado Islámico busca sobre todo agradar a una opinión pública cada vez más contestona. A decir de las encuestas, los estadounidenses siguen teniendo miedo. Y más, tras haber asistido a la bárbara decapitación, casi en directo, de dos compatriotas, los periodistas James Foley y Steven Sotloff. Cuestionado incluso por miembros de su gabinete, Obama se presenta así como un gobernante más débil que cuando asumió el poder, porque ha renunciado a unos principios antimilitaristas que le valieron el Premio Nobel de la Paz. Como Petit aquel día, Obama también camina sobre el alambre. Periodista