Tan preocupados por la ausencia de referentes públicos femeninos para las jóvenes, y quizá deberíamos haber prestado la misma atención hacia dónde iban dirigidas las preferencias de los jóvenes varones.

Según el análisis de datos postelectoral de Sociométrica, Vox ha sido la primera fuerza entre los hombres menores de 30 años y la segunda entre los que tienen 31-45 años. En esta segmentación del voto por género y edad, el proyecto político liderado por Santiago Abascal reunió un 19,4% de los apoyos, seguido por el de Pablo Iglesias con un 17,4%. Mientras que las mujeres, de cualquier edad, tuvieron como primera preferencia de voto al PSOE.

La brecha generacional entre los jóvenes y sus mayores se destapó en las elecciones del 2015, con una generación millennial muy interesada en la política pero que no se sentía representada en el bipartidismo. Su cobijo fueron los nuevos partidos a derecha e izquierda. Pero esa brecha se ha vuelto a fracturar en dos, y entre los jóvenes, Vox tiene tres veces más soporte que en las mujeres jóvenes. Les separa un abismo político.

La brecha por género es una realidad, a la que unimos la identitaria, la de renta, la rural / urbana, completando así una sociedad que necesita más una disección que un chequeo para comprenderla.

Los hombres jóvenes se han sentido concernidos en el mensaje de la ultraderecha, que maneja bien su lenguaje, son quienes más han crecido en Instagram y Youtube, las redes preferidas por este público, con un mensaje audiovisual simple y de confrontación. Utilizan la herramienta más impactante, la apelación a lo emocional, que funciona mucho mejor al comienzo y al final de nuestra vida, pero con sentimientos bien distintos, casi opuestos diría.

La extensión del «a por ellos» de las victorias futbolísticas a la política ha fraguado en Vox. El poder de la imagen de unidad, patriotismo y victoria de las calles celebrando los resultados de la selección española de fútbol ha sido fagocitado por el discurso ultranacionalista de derrotar al adversario, masculinizado, que atiende a la vida sin términos medios y de resultados inmediatos.

La apropiación de los símbolos de una estética combativa busca como lo hacía el movimiento 15-M activistas, no votantes. De eso hace ya nueve años, el interés por la política se ha vuelto a ver reducido, pero no sus frustraciones. Sufren una crisis de futuro y quieren quedarse a vivir en un modelo de homogeneidad cultural y moral que ya no existe, y del que las mujeres ya escapamos.