Las justas reivindicaciones y luchas de la moderna mujer europea para taponar las brechas laborales, sociales, salariales, encuentran dura resistencia y réplica en las ideologías o movimientos más regresivos, del fascismo a esa suerte de populismo teñido de ribetes machistas que nos llueve desde América. Extremos como los representados por un Maduro o un Trump podrían servir como disímiles ejemplos coincidentes en un nuevo machismo falsamente argumentado sobre la presunta superioridad del hombre, como género, para tomar decisiones, gobernar, dirigir la sociedad y sus más ambiciosos objetivos o empresas, y relegando a la mujer, a las mujeres como género, a un segundo plano.

Hay, guste o no, un tipo de hombre que no soporta el ascenso de las mujeres, ni tan siquiera las bases de sus luchas. Tal e incomprensible circunstancia --nos guste o no, real--, es común a España, Estados Unidos o Alemania, y ha sido aprovechada por un autor germano, Uwe Wilhelm, para urdir una trama novelesca, en la que un asesino apodado Dioniso ataca a mujeres a las que antes de torturar ha aprendido a odiar. Mujeres destacadas en sus puestos de responsabilidad, con influencia en la opinión pública y personalidad propia a las que Dioniso intenta, no ya sólo aniquilar, sino vulgarizar en el acto de su muerte, utilizando el crimen para degradarlas, como recordando a todas las mujeres, al género, su inferioridad frente a mentes superiores y depredadoras como la suya. El legado criminal de Dioniso (afortunadamente, solo en la ficción de Los siete colores de la sangre, que así se llama la novela de Uwe Wilhelm) es un mensaje de advertencia para que no se intenten cambiar las tradicionales leyes que rigen la tribu. El hombre, el macho, el guerrero, debe seguir gobernando. La mujer, la hembra, el ser inferior, seguir obedeciendo.

El radical perfil de Dioniso no se repite en la realidad, pero algunos de sus rasgos se agregan a las convencionales taras de ese machismo español, e hispano, hoy tan ridículo, pero tan vigente, incluso con repuntes al alza. Desesperadas por no erradicarlo de la sociedad ni de sus propias casas muchas mujeres lo padecen hasta el extremo del riesgo físico. Entre la intransigencia y la agresión hay apenas un paso. La estadística de las violentas muertes de género, de los crímenes machistas, no deja de aumentar.

Un problema de primera magnitud.