El pasado 1 de abril en el Teatro Principal gracias al Ayuntamiento de Zaragoza se celebró un homenaje a Fray Gumersindo de Estella, el confesor de los presos fusilados en la cárcel de Torrero, entre el verano de 1937 y marzo de 1942, y cuyas vicisitudes reflejó en su libro Fusilados en Zaragoza, 1936-1939. Tres años de asistencia espiritual a los reos, publicado por Mira Editores en el 2003, aunque ya lo hizo Andalán en tiempos de la Transición. El reconocimiento merecido ha tenido que esperar y se le dedicará una plaza en el Cementerio de Torrero. La fecha elegida emblemática: los 75 años del final de la Guerra Civil. El acto fue sencillo pero muy emotivo, en el que participaron glosando la vida del capuchino: Juan Alberto Belloch, alcalde de Zaragoza, 2 capuchinos, el periodista Pablo Larrañeta y el catedrático de la Universidad de Zaragoza, Julián Casanova, el impulsor del acto.

Hay libros imborrables e imprescindibles, que dejan una huella imperecedera. Éste es uno de ellos. Aquí no debemos buscar exquisiteces formales, lenguaje rebuscado y belleza de estilo. Aquí lo que vamos a encontrar es vida, humanidad e historia densa y con grandes dosis de maldad. La primera asistencia reflejada en la obra a condenados a muerte, es el 22 de junio de 1937 y la última el 10 de marzo de 1942, casi tres años después de acabada la Guerra Civil.

El esquema de la obra es muy simple. Sobre las 4 o las 5 de la mañana es llamado el padre, residente en el convento capuchino junto al Canal Imperial, a la cárcel de Torrero para asistir espiritualmente a los condenados a muerte e intentar darles la confesión, ofrecerles la misa y la comunión a aquellos que lo deseasen, y finalmente acompañarles a las tapias del cementerio, y tras el fusilamiento, administrarles la Santa Unción.

El relato es estremecedor. Hay páginas difíciles de digerir. Una estancia, que hace las veces de capilla, una mesa de altar para la misa; en la pared, un retrato de Franco, un crucifijo y dos velas. Éste es el último escenario para los presos. El retrato de quien ha firmado su pena de muerte, sirve para humillarlos más todavía. Algún preso se rebela, rehusando confesarse en este marco. Otro culpa a la Iglesia católica de complicidad, al permitir tales atrocidades. Uno de los reos rechaza esa religión, que está matando a muchos españoles. No menos truculentos son los traslados a las tapias del cementerio y los fusilamientos. Es una comitiva numerosa y dantesca. Un camión con los guardias, los reos y los padres religiosos. En autos particulares el director de la prisión, un par de oficiales de la misma, el juez de ejecuciones con su secretario, algún agente de policía y del juzgado, miembros de la Hermandad de la Sangre de Cristo, y el médico de la cárcel.

Llega el fusilamiento. Los soldados son 4 o 5 por reo. Muchas veces fallan voluntariamente sus disparos, por lo que se acrecienta el sufrimiento. El 21 de septiembre de 1937 se fusilan a seis, tras la descarga todavía palpitan y respiran sobre un charco de sangre, momento que sirve para darles la absolución y la Santa Unción. Detrás del religioso un teniente les da el tiro de gracia en la cabeza. El 14 de julio de 1938 se ejecutan 8 fusilamientos; lo novedoso fue que después de ser conducidos en un camión hacia la tapia del cementerio, al divisar la tropa, se para el vehículo; y reciben la orden de no saltar a tierra; el padre capuchino pregunta qué pasa, la respuesta: "Se habían olvidado los cartuchos".

No solo presencia las ejecuciones, también el robo de niños, como describe el día 22 de septiembre de 1937: "Se entabla una lucha feroz entre los guardias para arrancar a viva fuerza las criaturas del pecho y brazos de sus madres". Los bebés tienen un año. Son las hijas de Celia Casas y Margarita Navascués. Dos monjas recogen a las niñas después de que fusilan a sus madres. "Esto es horrible...", dice Gumersindo, "Nunca creí que existiera en la tierra un rey o jefe o caudillo para disponer semejante cosa". El 12 de mayo de 1938 se fusilaron nueve alcañizanos, entre ellos la joven de 21 años, María Figueras. Habiendo intercedido Fray Gumersindo ante el juez para evitar su muerte su estado de gestación, este le contestó con contundencia: "¡Si por cada mujer que se hubiera de ajusticiar se había de esperar siete meses...! Ya comprende Vd. Que eso no es posible".

Otro fusilado es el hijarano, Antonio Meseguer Barceló. Le quiero hacer un pequeño homenaje, ya que todavía es desconocido en su pueblo natal, no así su tío, hermano de su padre, Santiago Meseguer Burillo, fraile dominico, cuyo nombre sigue grabado en la lápida en el atrio de la iglesia, y que ya está beatificado.

"Uno de los reos del día 21 de noviembre de 1938 era natural de Híjar (Teruel), Antonio Meseguer. Alto de estatura. No más de unos 25 años de edad. De bella presencia; muy bien formado. Era maestro, alumno de una escuela de padres capuchinos de Híjar. Más tarde, se afilió al partido socialista. Al comenzar la sublevación de Franco y Mola, y llegando los catalanes a Híjar, fue elegido miembro del Comité. Luego comisario político. Fue cogido prisionero en la provincia de Castellón. Y juzgado sumarísimamente, fue condenado a la última pena. Se confesó sollozando. Asistió a la Santa Misa y comulgó con fervor." Profesor de instituto