Una pedrada en la Puerta del Sol, escribió Gómez de la Serna, mueve ondas concéntricas en toda la laguna de España". Así es, guste o no guste y en esta ocasión no gustó desde luego, esa pedrada del 11M que aportaba dolorosas razones para conmovernos y para reflexionar, echándole un tiento a la realidad de nuestra existencia colectiva y preguntándonos ante acontecimientos tan estremecedores, si se puede creer y vivir como cada uno desee sin respetar mínimos de convivencia que aseguren aquellas ideas, sentimientos y acciones, que den prioridad inexcusable a los valores comunes sin los que tampoco los habría particulares. Eso es la democracia.

Aunque la reflexión se ajuste a los cánones que cada cual asuma y aunque influya en muchos cierta tendencia a separarnos de las cuestiones trascendentes a los que siempre estamos a punto de echar de nuestro mundo, la verdad es que como las mareas altas, aquellos acaban regresando. Un buen amigo agnóstico y algo burlón, me dijo hablando de estas cosas que si Cristo hizo lo que hizo, él sabría por qué. Ironías aparte, a Dios nadie le podría monopolizar como tampoco nadie podría borrarle ni siquiera ignorándole. En todo caso y pese a que a veces, parecemos otra especie más de irracionales en este cotidiano milagro que es el mundo, hay ocasiones en las que el ser humano se muestra, afortunadamente, a la altura de las más difíciles circunstancias, como está sucediendo ahora.

Formamos una sociedad tan sofisticada que no es exagerado observar que aunque nos supongamos muy individualizados y dueños de nuestros pasos, no somos para algunos efectos, más que caricaturas de una realidad social que nos sumerge y que nos hace copiar y multiplicar otras caricaturas, las que nos muestra la vida pública; eso, de alguna manera, nos atrae e incluso nos gusta porque viendo nuestros defectos en personajes tan distinguidos en apariencia, nos conformamos mejor con las propias fallas y hasta suponemos que son algo así, cómo un trasunto de virtudes civiles.

Un día, un político de cuyo nombre no merece la pena acordarse ahora, se quejó de no figurar en el elenco de los muñecos de un guiñol televisivo porque, ¿cómo sabría qué se esperaba de él si desde aquel retablillo no le daban una pista? El líder de marras no quería ser un muñeco para decirnos cómo pensaba sino para que le dijeran cómo debía obrar, qué gracias de las que hiciera entretendrían y qué otras de las que hiciese, no harían maldita la gracia; quería hacerse popular. No pretendía mostrarse como fuera, sino asemejarse a la imagen que de él quisiesen hacer; le encantaba eso de ser aludido por defectos risibles como precio de "salir en pantalla". Debía suponer que sin estar en aquel repertorio, no estaba en el mundo y que en tal caso, era inútil cuanto dijera.

Lo malo es que por esa vía de la realidad virtual en broma y en serio, apenas hace falta que piensen más que los ideadores del programa insinuándonos amablemente, qué opiniones se llevarán esta temporada... A los demás, nos bastaría atender a esos expertos lo mismo que el inversor en bolsa atiende con la inocencia debida, a la pantalla de las cotizaciones.

A fuerza de virtualidad se olvida cualquier virtud y se acaba con lo más estimable de nuestra ética, subordinando el propio parecer a lo que dicen que quiere la mayoría que, cuando no es la pensante, suele dejarse seducir por lo meramente tangible o visible, esto es, se acomoda a lo que los líderes dan de sí y acaban deseando que se les parezcan mucho, que tengan sus mismos defectos u otros igual de atractivos, que se rasquen en público, que suelten tacos y que digan castizamente, "descansao" en vez de "descansado"...

Debemos celebrar que en las tristes ocasiones de estas últimas semanas el pueblo de Madrid pusiera de relieve un inmenso caudal de valores humanos que con unos u otros fundamentos, dan sentido a palabras como sacrificio, abnegación y entrega por los demás porque es la capacidad de servicio a los otros lo que sintetiza lo más inmarcesible de cualquier sociedad humana.

Bueno sería que dispusiéramos todos de esa dosis de generosidad sin límite que tantos centenares de personas manifestaron en un emocionante testimonio de amor y de solidaridad en aquel 11M. Ha sido el pueblo sin máscaras sin consignas y sin adjetivos políticos; en este caso, el pueblo de Madrid "rompeolas de todas las Españas" el que no tuvo que esperar órdenes de nadie ni imitar a nadie para intuir dónde estaban sus deberes y para cumplirlos naturalmente y sin vacilaciones. Gracias al pueblo de Madrid por tan hermoso ejemplo.