Como saben, los científicos acordaron hace ya mucho tiempo bautizarnos como homo sapiens sapiens, subespecie que data de unos 200.000 años descubierta en Etiopía en 1967, resultado de una evolución del Homo sapiens, seres más primitivos, aún (me atrevería yo a decir). Pues bien, los mismos que tan benévolamente nos asignaron tal nombre estipulan que homo sapiens sapiens viene a significar «hombre que piensa». Deduzco por mi cuenta que tiene (tenemos) que pensar más y/o mejor que nuestro antepasado el homo sapiens, pues literalmente tal expresión ya quiere decir hombre sabio, o que sabe.

Sin ser especialista en tales materias temo que, tal vez, la denominación pueda resultar un tanto halagadora. Y es que, sin poner en duda que somos muy capaces de pensar tanto a nivel abstracto a través de la filosofía y la ciencia, como concreto mediante la técnica, no tengo tan claro que nuestros saberes estén creando y albergando hoy una verdadera sabiduría desprovista, como parece estar, de una proyección temporal imprescindible.

Vistos los avances de que nos hemos ido dotando y que ya solo en el campo de la informática resultan espectaculares, es innegable que tontos, no somos. Pero de ahí a ser sabios... Solo se me ocurren dos opciones. Una: que solo somos «listos» a corto plazo. Y dos: que además de ser sapiens hay otros rasgos no concretados en nuestro título pero que también nos adornan. Tan es así que a fuerza de ser sinceros y hacer honor a nuestro nombre quizás debiéramos pensar en acompañar el adjetivo sapiens de otras cualidades, esos afanes tan humanos que no parecen haber variado mucho desde antiguo. Nuestro afán de acumular sea poder, sean riquezas y, llegado el caso, acumular errores.

Se me ocurre que si fuésemos tan sapiens sapiens al menos no acumularíamos tantos desaciertos o equivocaciones como parece que hacemos. Admito que hay errores fecundos y entendiendo por tales aquellos actos o decisiones que, aun siendo fallidos, nos han reportado una experiencia que de algún modo ha servido para mitigar el balance negativo final. Supongo que algo así encierra la conocida frase «para aprender, perder». Y es que si al menos se trata de pérdidas «maestras» porque nos enseñan algo, bienvenidas sean. Sin embargo, todos sabemos que junto a esas hay otras de las que no resulta tan evidente que alguien haya sacado la correspondiente lección o moraleja.

La sabiduría popular cuenta también con una máxima que registra esa idea, ya saben, aquella que asegura que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. El grave deterioro que hemos producido en nuestro medio ambiente o las dificultades e injusticias que aquejan a algunos sapiens sapiens deberían, creo yo, hacernos dudar de nuestra «sólida sabiduría». De hecho, no hace falta irse muy lejos ni en el tiempo ni en el espacio para asumir responsabilidades. Pues aun aceptando que no es nada fácil extraer conclusiones cuando los acontecimientos, ávidos todos de protagonismo, parecen devorarse unos a otros, bien pudieran nuestros sapiens sapiens políticos aprender que la mayoría de la ciudadanía prefiere la coherencia y la humildad a la vana gesticulación y la demagógica palabrería.

*Filosofía del Derecho.

Universidad de Zaragoza