Le debo una de las experiencias culturales más gratificantes de mi vida, en mi ya bastante lejana juventud. Jardines de la Alcazaba de Almería: a la izquierda el perfume nocturno del Mediterráneo, irrepetible. Al frente, sobriamente iluminado, el artista sin más compañía que su instrumento. Los ojos cerrados, todo su ser abismado en su arte inmenso. Los dedos tan sabios y rápidos, que cabía en ellos toda la dura ternura del flamenco verdadero. La caja de su guitarra fue ya siempre pozo de agua limpia.

Los que nacimos de Despeñaperros para abajo no necesitamos definir entre nosotros a qué llamamos "hondura". En el arte flamenco --y por extensión en todo arte verdaderamente grande-- la hondura es la forma que tienen los artistas geniales de abordar su obra, mezcla de serena seriedad y de tenaz concentración del espíritu creador. La hondura en el verdadero artista no es ni altanería, ni alarde. Es la actitud humilde pero incoercible de ir por derecho al auténtico núcleo de la creación expresiva.

Todas esos --y algunos más que el curioso lector debería averiguar por sí mismo-- son algunos de los atributos del guitarrista gaditano Paco de Lucía .--con acento, porque Lucía era el nombre de su madre-- flamante Premio Príncipe de Asturias de las Artes. Artista serio y contenido, intérprete virtuoso y cabal, quedan para la historia sus maravillosas versiones de las canciones de García Lorca y tantas otras singladuras por el arte flamenco y el jazz. El arte español se ennoblece con este premio.

*Periodista