Un eminente y respetado periodista me contó en una ocasión que un profesor le explicaba las precauciones que se han de tener a la hora de determinadas denuncias. Contaba que utilizaba la imagen de un folio arrugado: si se estruja un folio de papel, es muy difícil después volverlo a su estado original. Aunque se le dé un planchado intensivo y persistente se trata de una tarea inútil, nunca volverá a ser lo que fue. Qué duda cabe del papel fundamental de unos medios de comunicación libres en una sociedad democrática. Nadie puede dudar de las importantes aportaciones que desde la prensa se han hecho en este y en otros muchos países. La denuncia de la corrupción es fundamental. Sin los periodistas, y el miedo de los corruptos a verse denunciados, quedaríamos en gran parte inermes y desarmados. No seré yo quien les desanime en esa crucial tarea, sino todo lo contrario. A veces se la juegan personal y empresarialmente frente a los poderosos y merecen mi admiración. Mi preocupación surge cuando observo cómo se dedican páginas y páginas a machacar el mismo clavo sin aportar nada nuevo en un encarnizamiento sospechoso. Otros actores deberían también acordarse del folio arrugado cuando se acusa de seis delitos y luego se queda en uno, o cuando se da por entendido y probado que de catálogos de exposiciones se obtienen cientos de miles de euros. Oiga, ni en el Louvre, ni en el Museo Británico. Y no es cuestión de colores políticos sino del rigor imprescindible.

Profesor de universidad