Frente a los estudiantes que acuden a clase dispuestos a aprender, conscientes de que ello implica esfuerzo y de que las calificaciones no son un regalo, otros muchos alumnos parecen pensar que el aprobado solo es un mero pasaporte para alcanzar sus objetivos y que, por ende, cualquier medio para obtenerlo es válido e incluso digno de encomio. Es propio de listillos, que no indicio de inteligencia, presumir de titulaciones y diplomas conseguidos mediante procedimientos inconfesables, de los que sin embargo se hace gala con mal disimulado orgullo. Las argucias para superar exámenes no son algo nuevo; tal vez sí lo sea una cierta sensación de justificada impunidad, que deriva en el derecho a demandar como legítimo y socialmente autorizado lo que no es otra cosa que el recurso a meras estratagemas dolosas. El reciente caso de los estudiantes extremeños, obligados a la repetición del examen de selectividad por la filtración previa del contenido de las pruebas, pone de relieve la limitada perspectiva con la que se suele abordar el asunto. Sin duda, muchísimos jóvenes libres de culpa han pagado por el desafuero de, supuestamente, unos pocos desaprensivos ventajistas; sin embargo, sorprende el eco que han obtenido las protestas y reclamaciones de toda índole, mientras que las voces que defendían la necesidad de un acceso limpio y transparente a la Universidad apenas se han dejado oír, siendo que la trampa perjudica precisamente a los buenos estudiantes. Para estos siempre será menos malo repetir un examen que ser excluidos de los estudios superiores por el éxito de los pícaros tramposos; para la sociedad es primordial que los futuros profesionales posean realmente las aptitudes y conocimientos que, se les suponen, deberían estar garantizados por la títulación. H *Escritora