En medio del hooliganismo que se vivió el martes en el Congreso es de agradecer la clase política, la categoría democrática y el talante institucional de algunos diputados, empezando por Zamarrón, del que me declaro súper fan. No tanto de Batet, que no supo, o no quiso, solventar el trombo que tenía en el foso. Es verdad, como dice el Constitucional, que un Estado que protege la libertad ideológica no puede imponer formalismos rígidos, pero de ahí a dar por bueno que cuatro diputados, que alternaron en el bar de las Cortes con pinchos y vinos, se declararan presos políticos va un abismo. No se lo creían ni ellos, de lo contrario Junqueras no habría tirado de chuleta para reivindicarse como tal. Era obligado que la presidenta pidiera respeto «al otro» en plena tangana, pero si el otro ha intentado desmantelar las instituciones el Estado y persiste en su intento no habría estado de más una llamada al orden. Quien dio una lección de clase política fue el socialista José Zaragoza, trufado entre los de Vox para guardar las espaldas al presidente en funciones. ¡Qué señorío! Su saber estar impresionó al mismísimo Abascal, que le pidió disculpas por el comportamiento que estaba teniendo Ortega Smith: «Es que es muy nervioso», le dijo. Los nervios, esa es la cuestión, que la Legislatura ha arrancado en plena campaña electoral y que los que hoy se niegan pueden estar el lunes a partir un piñón y ya no pueden con tanta esquizofrenia política. Andamos escasos de gente templada y reflexiva, de filósofos como Manuel Cruz, que promete mucho en el Senado.

*Periodista