La hora de Aragón.

Así ha resumido Marcelino Iglesias los guarismos de la última estadística oficial, el barómetro otoñal de la Diputación General de Aragón sobre el estado de ánimo y de opinión de los aragoneses. Una encuesta que registra un sensible aumento de los niveles de autoestima, mayor confianza y una creciente sensación de protagonismo. Casi nada.

Aunque las consultas populares se llevaron a cabo con antelación a la decisión del BIE, la locomotora de la Expo ha debido tener bastante que ver con este incremento del ego común, bien entendido. Y nada me extrañaría que también, retrospectivamente, haya debido influir la gran victoria contra la amenaza del trasvase, aleccionador episodio que todavía permanece en el horizonte nuestro pasado inmediato, reciente. No todos los días, al fin y al cabo, se derrota en toda la línea a un gobierno con mayoría absoluta y a uno de los dos grandes partidos del panorama nacional. Como tampoco todos los días obtenemos el plácet para albergar una exposición internacional con temática y repercusión universales.

Tras muchos años, décadas, incluso, de ostracismo mediático, de ausencia de relieve político, de vicariedad, ninguneo, cachondeo, estafa, olvido o lástima, parece que al fin, en efecto, llega la hora de Aragón. Así lo han percibido los principales líderes de la comunidad, salvo, por su oficio opositor, los populares, que se ven ahora en el ingrato papel de tildar la prosperidad y matizar el éxito.

Como suele acontecer, llega la hora, el éxito, el pelotazo, en su momento justo. Ni antes ni después. Sevilla, Barcelona, Valencia o Bilbao disfrutaron de sus oportunidades con antelación a Zaragoza, a Aragón, por el sencillo motivo de que estaban más y mejor representados. Tenían proyectos, ambiciones, compatibles con el desarrollo estatal, y encontraron las voces y las manos para encarrilarlas hacia los presupuestos generales. A partir de ahí, todo les fue rodado.

El futuro, ciertamente, con sus complejidades y carencias --que también las hay-- con sus miedos y pendientes medianías es, no obstante, prometedor. Mucho van a tener que torcerse las cosas para que un rico maná de inversiones y oportunidades no nos gratifique de aquí al 2008.

Ese clima de abundancia y seguridad se ha trasladado a múltiples y sensibles zonas del país. Muchos recibimos estos días felicitaciones de otros colegas, escritores, gente de la cultura, artistas, amigos que se alegran sinceramente del premio gordo de París. Creadores, intelectuales que ya apreciaban en nuestra comunidad las señas históricas, el crisol artístico, la eclosión literaria, el humor, la imaginación, la peculiaridad, la voluntad y la fuerza de una comunidad en proceso de proyección hacia las demás, y que ahora, al vernos sancionados por Europa, homologados, distinguidos, se comprometen desde ya a aportar su granito de arena.

Ese optimismo y estima compartida son ya nuestro principal capital. De ese sustrato generoso irradiarán los contenidos y logros de una Expo que debe prolongarse más allá del 2008.

*Escritor y periodista