Fue Merlín el gurú más influyente del rey Arturo. El norteamericano John Steinbeck --en su novela Los hechos del rey Arturo y sus nobles caballeros -- lo describe así: "Este Merlín era un hombre sabio y sutil con extraños secretos proféticos". Sin embargo nunca sabremos, lamentablemente, si el mago Merlín hubiera conseguido vaticinar con razonable exactitud los resultados electorales del domingo. Sabemos, en cambio, que una vez más la mayoría de los institutos demoscópicos fracasaron.

Erraron los publicados hasta la fecha límite para divulgar encuestas. Pero se equivocaron también --salvo alguna excepción que logró, como mínimo, aproximarse-- el mismo 14-M, a las ocho de la tarde. Conviene subrayar esta circunstancia porque nadie puede conocer con certeza qué habría acontecido electoralmente de no haberse producido la horrenda masacre de Madrid: ciertos sujetos se están pasando de listos a través de una abyecta campaña de deslegitimación de la victoria socialista.

PERO MERLIN--además de sus dotes como augur-- era un tipo con sentido común. Al rey Arturo le dijo: "A todos, en alguna parte del mundo, nos aguarda la derrota. Algunos son destruidos por la derrota, y otros se hacen pequeños y mezquinos a través de la victoria". Es ésta una lección que debería asumir con urgencia la derecha. Probablemente la victoria de 1996 y, sobre todo, la del 2000, acentuaron aún más la dimensión pequeña y mezquina que caracteriza a José María Aznar. Esta derecha debe saber asimismo que, tras el último veredicto de las urnas, corre peligro de ser incluso políticamente destruida, o autodestruida por las convulsiones internas que se avecinan.

El PP ha sufrido un varapalo de gravísimas proporciones. Su hundimiento no se parece al de UCD, pero no queda demasiado lejos del mismo. Da la impresión de que los votantes hubieran enviado a la dirección del PP el siguiente mensaje: o rectifican ustedes el rumbo o, si se empeñan en perpetuar, de un modo u otro, el aznarismo, sólo les aguarda el naufragio. En el que, por cierto, estuvo sumida la derecha, a lo largo de una década --durante los años 80 y principios de los 90--, entre las cenizas de UCD y el liderazgo lastrado de Manuel Fraga Iribarne.

Observadores desconcertados se preguntan estos días cómo es posible que yendo bien, o relativamente bien, la economía española, gracias al viento de popa de la prosperidad económica internacional --sin menospreciar por ello el acierto de Rodrigo Rato como timonel--, el PP haya sido desalojado tan estrepitosamente del poder. "¡Es la ética, estúpido!", se les podría contestar a cada uno de ellos, remedando la famosa frase de Bill Clinton "¡Es la economía, estúpido!".

Y es que lo que ha sucedido no se explica más que desde el hartazgo social --desbordado al fin--, consecuencia de la ausencia clamorosa de escrúpulos de Aznar y de sus colaboradores más inmediatos, incluyendo naturalmente al sucesor interruptus, Mariano Rajoy, porque --en el mejor de los supuestos-- quien calla, otorga. "España sanciona la mentira de Estado", publicaba el martes --a toda página y en portada-- el diario Le Monde, con una viñeta espectacular, donde se ve a Aznar con una nariz alargadísima, cual Pinocho, de la que pende, columpiándose, un terrorista islámico. "Se ha instalado en el poder --denunciaba recientemente el actor Juan Luis Galiardo en declaraciones a la revista El Siglo -- un grupo de mostrencos, de fachas, de impresentables". No exageraba.

AFERRADOal poder, negándose a la evidencia de que había caído en desgracia, el conde-duque de Olivares --narra el historiador J.H.Elliot-- escribió en 1643 a Pierre Roose, uno de sus hombres de confianza: "La borrasca es grande (...) pero un solo accidente lo puede mejorar todo". El accidente le llegó al tándem Aznar/Rajoy a primera hora de la mañana del jueves 11 de marzo. Fue mucho peor que un accidente: fue un genocidio. No importó nada. Se puso en marcha, en todos los frentes, una nueva mentira de Estado. Había que ocultar la autoría de Al Qaeda y obtener el mayor rédito en las urnas gracias a ETA. Fue la última y acaso la peor de las tropelías de Aznar. Esta gota tan amarga hizo que el vaso de la paciencia ciudadana se derramase sin contención posible.

El PP ha de reflexionar, y con urgencia. No estamos ante el dilema --ya de por sí relevante-- entre derechas o izquierdas. Estamos ante algo mucho más grave: o democracia o autoritarismo más o menos camuflado. Es la hora, pues, de reconstruir una derecha dialogante y moderada. Es el tiempo de políticos como Alberto Ruiz-Gallardón. Aunque una operación de tal envergadura acabe comportando la creación de un partido de extrema derecha. Ahora están juntos --centristas y fachas-- en el interior del PP. Peor aún: están revueltos. La democracia española necesita terminar ya con tamaña confusión.

*Periodista