El telón se ha alzado en Birmingham para una representación que tiene a Theresa May como principal protagonista. Con un final todavía por escribir, la líder tory puede acabar como heroína o como víctima. O como ambas cosas al mismo tiempo. En cualquier caso, la conferencia anual del Partido Conservador iniciada este domingo marcará el futuro de la primera ministra y el de un Gobierno nacido con grandes debilidades, autor de numerosos errores, pero siempre con el brexit como cuestión prácticamente única en una agenda en la que apenas hay espacio para la auténtica obligación de todo gobierno que es la de gobernar. Ante los delegados a la conferencia, May tiene solo un arma en la mano, el llamado plan Chequers sobre la salida del Reino Unido de la UE, pero es como llevar atada una piedra al cuello. El plan fue rechazado en Salzburgo por la UE; en Londres, por los partidarios acérrimos del brexit duro, mientras que quienes entienden que es una salida relativamente aceptable, lo han acogido con una gran tibieza, como una amarga medicina cuyos efectos no están contrastados.

Desde su salida del Ejecutivo, el parlanchín exministro de Exteriores Boris Johnson, que es la principal amenaza que pesa sobre May, se había mantenido en un raro silencio ante cámaras y micrófonos -no así en artículos de prensa-, pero, midiendo bien los tiempos, ayer salió en tromba para atacar a la primera ministra desde la televisión en un nada disimulado intento de acaparar no solo la atención, sino el liderazgo conservador y de rebote, Downing Street, pero ello después del 30 de marzo en que debe hacerse efectivo el brexit, dejando que May pase la maroma de los próximas meses. Que un partido que en su historial tiene a figuras como Winston Churchill o Harold Macmillan pueda entregarse a un irresponsable como Johnson denota el lamentable estado en que se encuentra esta formación.

Las malas noticias nunca van solas, la conferencia conservadora se abría con la publicación de un informe asegurando que la economía británica se ha encogido el 2,5% desde el referéndum del 2016, y el brexit ya está costando al Reino Unido 560 millones de euros a la semana. Y por si no bastara, un considerable número de diputados tories hicieron saber que, llegado el momento del voto en el Parlamento, el suyo sería contra el plan de May. Mientras, el reloj va corriendo.