Cuando ya han pasado tres semanas desde 27 de diciembre en que se inyectó la primera dosis de vacuna contra el covid en España, la realidad sigue contradiciendo las ilusiones más infundadas o las expectativas demasiado optimistas. Una realidad definida por las cifras que han convertido este fin de semana en el más negativo desde que los contagios de diagnostican y contabilizan con una razonable fiabilidad –84.287 contagios y 455 muertos desde el pasado viernes –y por las diversas dificultades que se han ido presentando durante la puesta en marcha de un programa de vacunación de dimensiones inéditas. Durante la primera semana fueron las imprevisiones las que dejaron con el pie cambiado a las autoridades sanitarias de varias comunidades, con dispositivos que aún no tenían ni la organización ni los recursos humanos necesarios. Después fue la propia dificultad del operativo, especialmente en su primera fase, que pasa por acudir una a una a las residencias de ancianos para inmunizar al colectivo en mayor riesgo. Finalmente, el retraso de la llegada de vacunas precisamente por los ajustes necesarios para aumentar su producción.

Aunque entre responsables políticos de las distintas administraciones sanitarias no dejen de intercambiarse declaraciones en tono de reproche sobre las respectivas responsabilidades, las cifras –1.139.400 dosis entregadas a las autonomías, 897.942 administradas– parecen corroborar lo que unos y otros acaban reconociendo: si no se vacuna más rápido es porque no salen más viales de las cadenas de producción.

Es cierto que el Ministerio de Sanidad desde el primer momento advirtió de que la cota del 70% con la que se conseguirá la denominada inmunidad de grupo no llegará hasta finales de verano. Pero también lo es que ciertos aires de euforia han facilitado esta confusión. Incluso este calendario que podría parecer prudente puede acabar siendo excesivamente optimista visto el actual ritmo de vacunación. Tras la más complicada fase inicial sería de esperar que el ritmo se acelere cuando aumente la capacidad productiva de los grandes laboratorios y llegue el momento de la población general, o de los dependientes que viven en domicilios particulares. O si parte de la producción mundial debe derivarse a los países en emergencia sanitaria que no han tenido capacidad económica para acceder a los primeros cientos de millones de dosis que han acumulado los regiones más ricas del globo.

Ante tantas incertidumbres (como lo es, a pesar de las precipitadas proclamas de la presidenta de Madrid, saber qué impacto están teniendo en el actual pico de contagios la llamada cepa inglesa o la laxitud de los contactos navideños), se debería tener la seguridad de que el dispositivo de vacunación esté en condiciones de mantener el ritmo más alto posible, sin despreciar ninguna de las medidas excepcionales que puedan contribuir a ello, desde el despliegue de los medios de la sanidad militar a la colaboración del sector privado.