Cuando una estrella muere en una explosión de supernova se genera un campo gravitatorio del que ni materia ni luz pueden escapar. A su alrededor se sitúa el horizonte de sucesos, el punto exacto en el que la gravedad del agujero negro aún no nos ha atrapado. El borde del abismo. Un balcón dramático. Un paso más y no es posible escapar de su atracción. El horizonte de sucesos representa una frontera imaginaria, un punto de no retorno a partir del cual no habría más suceso que caer. De ahí su nombre.

El covid nos explotó en la cara a principios de marzo, tras un par de meses de chistes sobre chinos y quizá quince días de preocupación por Italia. Tener miedo estaba mal visto y llevar mascarilla, así nos lo dijeron, se consideraba un signo de egoísmo. La segunda semana de marzo nos anunciaron sin embargo que se había acabado la broma y en los siguientes días nuestro sistema de salud amenazó con el colapso. Pero entonces se sustituyó la ironía por la épica y nos dispusimos a luchar todos juntos y etc. Creíamos que era una batalla intensa pero probablemente corta, dos o tres meses y el virus desaparecería con el calor, se iría como había venido o qué sé yo (ni yo ni ningún experto, por lo visto).

Seis meses después el agujero se ha tragado ya la épica y nos hemos quedado armados solamente de nuestro desconcierto. Estamos desnudos atisbando una negra verdad: nadie sabe nada de lo que va a ocurrir. Tal vez León Daudí tenga razón y lo único malo de la verdad es que no sea mentira alguna vez, pero no queda otra que vivir aferrados con uñas y dientes a esta extraña frontera, este desfiladero desde el que no atisbamos el final pero en cuya negrura no queremos ni debemos caer. Suerte y ánimo para todos en esta nueva etapa. Keep your faith.