Si por cualquier motivo todavía no ha visitado el Rastrillo de Aragón, no lo posponga más: hoy, es el día. No le oculto que este breve comentario está escrito con toda intención y que si de algo peca, no será de ambigüedad. Les pido, sin remilgos, que vayan al Rastrillo porque es una cita con la solidaridad, porque van a encontrar de todo, hasta lo inimaginable, y --lo más importante-- porque el dinero que se recaude tiene como objetivo la atención a los programas sociales de la Fundación Federico Ozanam, es decir de los más necesitados: los inmigrantes, los ancianos que, sin recursos, viven pegados a su soledad, los jóvenes que bordean la marginalidad, las mujeres que necesitan un oficio o las familias que malviven sin una vivienda digna. Esos a los que la sociedad de la opulencia aparca, porque molestan. Todo lo que allí encontrará --y es mucho-- ha sido donado por entidades y particulares; las personas que atienden los distintos puestos forman parte de los más de mil voluntarios de la Fundación Federico Ozanam, y hasta quienes preparan el bocata, las migas o las tortillas de patata, han dejado la comodidad de su casa para servirle a usted un rico menú. ¿Sabe que con lo que pague por él esta ayudando, por ejemplo, a que un senegalés aprenda nuestro idioma? En la llamada "sociedad del bienestar", en la que prima el éxito y el triunfo personal, hay muchos sectores que quedan fuera del ranking de la prosperidad. A esos son a quienes se dirige la Fundación Federico Ozanam y su imagen más popular, el Rastrillo. Ayudarles, es ayudarse.

*Periodista