Pablo Iglesias abandona el Gobierno después de una carrera meteórica desde la fundación de su partido, nunca mejor aplicado el posesivo por que la organización se fue adaptando a las necesidades del líder. Esa capacidad arrolladora para llenar de manera espontánea la explanada del Reina Sofía en las elecciones del 2015 o de abarrotar Vista Alegre en el 2004 y en el 2007 siendo ya casi dos partidos distintos, cuando la amenaza errejonista confrontaba con el secretario general. Iglesias desempeña un liderazgo carismático, capaz de movilizar hasta este momento como nadie en su partido, pero con una visión hegemónica del mismo, más acostumbrado a generar mayorías que a promover acuerdos o cesiones. Se ajusta al modelo predominante de hiperliderazgo con tanta prevalencia en nuestro país los últimos años y que ha dejado quiebras en sus organizaciones después del relevo, Albert Rivera en el más obvio de los casos, pero también Puigdemont e incluso Mariano Rajoy. Veremos que sucede en Vox cuando pase el tiempo de Santiago Abascal.

Iglesias ha sabido entender cuál es su lugar en el desempeño político. Dónde se conjugan mejor tus habilidades con tus preferencias. El ciclo en el Gobierno de la Nación tenía ya poco recorrido para él, en un hueco en el que no a llegó a sentirse cómodo. Bregado en la teorización política y las estrategias de acceso al poder, la gestión ordinaria del mismo ya no parece tan excitante para un hiperlíder.

Deja a la cabeza del equipo Podemos en el Gobierno a su antítesis política en el modelo de liderazgo, Yolanda Díaz, ligada al sindicalismo por su familia, abogada laboralista que es el mejor antecedente para comprender que en la vida pública y privada todo es negociación. Perteneciente al PCE, la antítesis organizacional del propio Podemos y que va cogiendo peso en esta remodelación gubernamental con la entrada de Enrique Santiago como Secretario de Estado para la Agenda 2030, Díaz ha crecido en la gestión del Ministerio de Trabajo, destacando como la líder capaz de avanzar transformaciones públicas en un año paralizado políticamente por la pandemia. Otro perfil que ha encontrado su hueco en el poder, alejada de la confrontación en las formas aunque no de la dureza de sus posiciones, y con un incuestionable conocimiento técnico de su área de desempeño es la esperanza de la nueva izquierda. Tiene por delante dos retos tan importantes como los conseguidos hasta ahora, la reforma laboral y la del sistema de pensiones con dos contrapesos en el Gobierno, la vicepresidenta Calviño y el ministro Escrivá. Demos tiempo a la conformación de líderes que la caída desde el cielo es dolorosa.