De Valparaíso a Colombo, de Praga a Pekín y de Manila a Moscú, el eco de los versos imperecederos de Pablo Neruda sonó ayer, día del centenario del nacimiento del escritor chileno, en los más diversos rincones del planeta. Ningún otro poeta en lengua castellana del siglo XX goza de una celebridad internacional comparable a la de Neftalí Ricardo Reyes Basoalto, aunque sean pocos los que reconozcan por ese nombre al autor de Veinte poemas de amor y una canción desesperada . No es extraño que, hace poco, un sondeo revelara que en el mundo son más quienes conocen al poeta de Isla Negra que los que saben dónde está situado Chile.

Sucede con Neruda como con otros autores a los que la grandeza del personaje amenaza con dejar en sombra la categoría de su obra. Hijo de padres analfabetos, comunista de acción, diplomático de largo recorrido, aventurero enamoradizo, premio Nobel... Todas esas cosas fue Neruda, pero también, y por encima de todo, fue un escritor excelso que reinventó el oficio de poeta, abrió un número incontable de puertas y ventanas y supo hablar desde sus versos al pueblo y al oído. Su huella en la literatura hispanoamericana sigue siendo enorme. Es justo que lo sea.