La campaña electoral ha ido ganando en intensidad a lo largo de las últimas jornadas merced al irrenunciable optimismo de José Luis Rodríguez Zapatero, que insiste en conocer el escondite donde Ana Botella le piensa dejar a Rajoy la llave de La Moncloa.

ZP, lejos de tirar la toalla, noqueado por esos veinte o veinticinco escaños de distancia con que le castigan todas las encuestas, se ha subido a un avión, se ha empastado su mejor sonrisa y, con su buena estrella pegada en la frente y su oriller de cuello vuelto, está consiguiendo poner nervioso a su oponente. La mayoría absoluta de Chaves en Andalucía está pesando más de la cuenta en el ánimo, un tanto arenoso, de un PP que ya no llena aforos como los colmaba antaño. En Zaragoza, sin ir más lejos, según el plazómetro de La Misericordia, Zapatero derrotó holgadamente a un Rajoy empeñado hasta el final en hacer su trasvase. Uno llenó; el otro, no. Uno prometió respetar el Ebro y el medio ambiente; el otro, no. Uno recibió a la viuda del militar muerto en el Yak-42; el otro, no.

Al margen de estos gestos, y de los trucos y recursos de campaña, los españoles teníamos derecho a presenciar uno o varios debates televisivos entre ambos candidatos principales, pero la estrategia popular se opuso a ello desde un principio. Probablemente, esa actitud medrosa, defensiva, o puramente táctica, les ha perjudicado. Hurtándonos, en cualquier caso, una confrontación insustituible y, como decía, un derecho elemental, el de tomar opinión, partido, frente al gobierno y la oposición en un cara a cara.

Privados del cuerpo a cuerpo, los electores tenemos que orientarnos por la asistencia a los mítines, siempre inductores, o por el reflejo mediático que los candidatos inspiran. Frente a los medios, en esa lucha dorsal que sostienen sin llegar a tocarse, salvo en la ilusión de la imagen, ZP da mejor, emite mayor ilusión, un espíritu más moderno y joven. Rajoy gana en su papel de gobernante, en el ámbito institucional, al frente de un ministerio, o en las bambalinas de una campaña, pero en vivo y en directo no tiene demasiada pegada. La cámara le respeta, pero quiere más a ZP.

La renuncia de Rajoy a debatir con los candidatos de la oposición ha impedido asimismo la promoción de este tipo de actos en todas las demarcaciones. Membrado se ha quedado con las ganas de enfrentarse a Rudi, en lo que sin duda hubiera sido el plato fuerte de la campaña aragonesa, por lo que ambas campañas, como en un diálogo de sordos, se baquetean mutuamente a través de los periódicos. Unos aragoneses oyen que el trasvase es mortal para la tierra; otros, que es benéfico para Aragón y para España, pero en ningún momento han tenido la oportunidad de asistir a un careo directo, que sin duda habría resultado esclarecedor.

La tensión de Zapatero, esas buenas vibraciones que dice tener se dirigen hacia los abstencionistas e indecisos. Un paquete próximo a la tercera parte del electorado que suele decidir el voto en el último minuto, a menudo por misteriosas razones.

*Escritor y periodista