En estos días doy gracias a los dioses por habernos traído internet a los mortales, a Cerf, Kahn, Roberts y Berners-Lee. Si normalmente dependo del correo electrónico, de la videollamada y de los buscadores, no quiero imaginar lo que supondría trabajar en esta crisis si me hubiera pillado en cualquier comarca sin cobertura.

Tan aislado y tan conectado, no dejo de pensar en la cantidad de novelas, obras de teatro y películas que nacerán de esta experiencia, porque, señoras, señores y robots, no es que nos encontremos ante un giro total de valores, sino que tal vez estemos al inicio de un verdadero cambio de época. Nada fue igual en Europa tras las epidemias de peste que la azotaron. El oscurantismo daría paso al Renacimiento y a una nueva visión del mundo que revolucionó las ciencias y las artes. No es que alcanzáramos ninguna cumbre, porque destructivos lo seguimos siendo, pero, más para bien que para mal, las personas asumimos nuestra parte de responsabilidad en lo que acontece. Vivimos momentos en los que todo se trastoca en unas horas, lo que nos movilizaba deja de tener importancia y las prioridades esenciales comienzan a situarse en el lugar que les correspondía. En apenas dos semanas hemos pasado de usar el área más reptil de nuestro cerebro, o sea, responder dominados por el pánico, a movilizar nuestra parte ovina imitando lo que viéramos hacer a los demás, aunque fuera acopiar cantidades desmesuradas de papel higiénico. Así hasta comenzar a utilizar nuestro córtex.

Sentir miedo es tan humano como seguir a la manada, es nuestro lado animal, lo que nos preserva de peligros. Son humanas la ira y la agresividad, ambas han cumplido algún papel en nuestra evolución, pero lo verdaderamente humano, lo que nos distingue como especie, es la cooperación, y sin ponerme estupendo, la fraternidad.

A ratos, desenchufamos el ordenador y nos conectamos con los del balcón de enfrente, a quienes jamás habíamos mirado ni sonreído, y hasta comenzamos a escucharnos en silencio a nosotros mismos.

Un desatino que, en estos tiempos futuristas, los asesores de Zarzuela se encuentren sumergidos en formol y hayan desperdiciado la penúltima oportunidad para conectar con quienes justifican su existencia.

En plena era de la tecnología, gracias a la tecnología, comenzamos a recuperar lo esencialmente humano. Ojalá que, cuando todo termine, a la vez que la mascarilla, se nos caigan tantas corazas que no nos dejan ni andar.

*Profesor