Artistas y creadores suelen trabajar en solitario, siendo su labor, por cierto, escasamente apreciada cuando se aleja de lo políticamente correcto y del pensamiento único, dictado por el poder y las modas. Pero lo habitual en cualquier esfera del orbe humano es el trabajo en equipo; en tal caso, el mérito corresponde a todo el grupo de trabajo y no solo a su cabeza más visible.

A lo largo del último año hemos aprendido hasta qué punto es importante la misión de los médicos y del personal sanitario en su conjunto, aunque, solo nos resulte posible poner cara a unos pocos, aquellos que nos atienden personalmente y que por ello suelen ser los primeros en recibir críticas inmerecidas, provocadas por la desconfianza que genera un sistema al borde del colapso.

Acusaciones que sin duda nacen de una frustrante realidad que ha mermado singularmente nuestra libertad, que nos ha hecho afrontar restricciones de dudosa efectividad y que nos niega el abrazo, e incluso el último adiós, a nuestros seres queridos. También a lo largo del último año, todos los servicios médicos y en particular la atención primaria, se han visto afectados por el covid-19, descuidando gravemente el tratamiento del resto de las dolencias ajenas a tan proceloso virus. Aquí emergen unos profesionales que se esfuerzan sin descanso, consagrados a salvar vidas porque su talento y desvelo constituyen la única esperanza. Lo han hecho desde siempre.

Como mi tío abuelo Ángel Duplá, cirujano que profesó su vocación con auténtica pasión, ejerciéndola hasta el agotamiento. Ahora, otro cirujano, Enrique Moreno, ha reflejado con pluma mágica la historia de muchos de estos grandes médicos que, además, vivieron con la humildad tatuada en la piel y siempre supieron y pregonaron que de nada servía su tesón sin el apoyo de quienes les ayudaban y rodeaban.