Hacía tres años que el presidente vasco no era recibido en La Moncloa. Aznar, incapaz de distinguir entre las fobias de partido y las obligaciones institucionales, decidió que el mundo tribal autóctono se le había quedado pequeño y optó por organizar el planeta en compañía de su amigo Bush, así que pasó mucho de Ibarretxe, aunque ni un solo día dejó de hablar del "problema vasco". Tres tres años después, el nuevo presidente del Gobierno ha enmendado la terquedad de su predecesor y al recibir al lendakari ha cancelado una situación a todas luces anómala. Antes del encuentro con Zapatero, el lehendakari apadrinaba un proyecto político secesionista que se sitúa fuera de nuestra Constitución y cuyo eje gira sobre un proyecto de referéndum que también se coloca al margen de lo establecido por las leyes actuales. Concluida la reunión, sabemos que Ibarretxe va a participar en el proyecto de reformas constitucionales que impulsa el Gobierno de la Nación. Es un paso, pero no supone un cambio de rumbo en la deriva segregacionista hacia la que apunta el Plan Ibarretxe . Lo cual quiere decir que, pese a todos los adornos con los que se ha querido revestir el encuentro, en la práctica seguimos dónde estábamos.