Llevada por mi ignorancia e ingenuidad hubo un tiempo en que creía que vivir, ser era una tarea difícil pero que cada día lo sería menos porque al llegar a adulto se adquiría por obra y gracia de la edad y la experiencia la sabiduría suficiente como para tener preguntas que mejorasen las cosas y respuestas para todas las preguntas. Es difícil ser niño, también lo es, desde luego, mantener el tipo cuando se llega a la adolescencia y nos convertimos en algo así como en un campo de pruebas físicas, psicológicas y emocionales. Algo infantil imaginaba yo a los adultos como soberanos, dueños y señores de las decisiones para los que todo era más sencillo porque su voluntad era casi absoluta. Supongo que en eso consiste la niñez en la inconsciencia y felicidad de los errores. Los errores de la infancia nos abrazan, nos mantienen en un mundo tan real como ficticio durante años, años que, vistos en perspectiva, parecen pocos y cortos pero que, sin embargo, a juzgar por la huella que dejan en nosotros, no lo son.

Es probable que al leer estas líneas haya quien piense que este no es el contenido propio de un artículo de opinión y es posible que no les falte razón. La cosa es que creo que las ideas, la anterior, el resto de las mías, todas son bastante parecidas a los árboles y las plantas, seres vivos que como ellos echan raíces, dan flores, frutos y se renuevan cíclicamente. Como los árboles crecen y polinizan de modo que su existencia hace nacer nuevas plantas y nuevas ideas, hijas de las anteriores, versiones de las anteriores, mezclas de las anteriores. Pero también, como todo lo que nace y está vivo, las ideas pueden morir. Pueden desaparecer porque se las abandone, se las lesione, porque se hayan hecho demasiado mayores y no resistan las inclemencias del tiempo e incluso pueden morir si se las mata. Pues bien tengo la sospecha de que algo de eso es lo que está ocurriendo con algunas de las ideas que también nos abrazaban y daban fuerza a nuestras vidas de pequeños y después, de mayores. No sé si es del todo sincero sorprenderse al conocer algunos de los hechos que vienen acaeciendo. Si este país ha llegado a convertirse en algo demasiado parecido a un paraíso para los corruptos es porque las ideas que frenaban la corrupción han enfermado o peor, mucho peor aún, temo que las hayamos dejado enfermar, debilitar. Allá por 1900, Tolstoi escribió Contra aquellos que nos gobiernan, un ensayo cáustico y hasta feroz en contra de los abusos practicados por cierta clase política y financiera cuyo fin no era otro que hacer suya la mayor cuota de riqueza y lujo posible sabiendo que ello solo podía provenir del sacrificio de otros. La mirada de Tolstoi no puede ser la nuestra, incluso diría que ni siquiera debe ser la nuestra, aunque a juzgar por lo descrito en esa obra lo visto por él y por nosotros se asemeja bastante.

Todo lo que se hace es importante para lo que se es, pero también lo que se deja de hacer es decisivo así que supongo que será cuestión de fortalecer aquellas ideas que resten posibilidades y sumen sanciones para quienes, prescindiendo del respeto al otro y a lo de los otros han hecho de la corrupción un modo de vida. Claro que eso pasa por actualizar, revisar e incluso plantar otras ideas. Como casi siempre, casi todo es cuestión de ideas.

Profesora de la Universidad de Zaragoza