Hace años, Borrascosa Institutriz, mi alter ego más estricto, me dio toda una serie de ideas para la reflexión en el inicio de la estación más hedonista. Hoy quisiera revisitarlas y ampliarlas para contribuir al sensato comportamiento de la sociedad. No hace falta que me lo agradezcan:

En primer lugar, deberíamos recordar que no hay ninguna obligación de ser feliz todo el rato, a pesar de la insistencia con la que en este perro mundo nos bombardean con la maniática y casi furiosa monserga de que debemos serlo sin parar o, en su defecto, parecerlo. No solo es imposible sino que es probablemente una de las horteradas más grandes que nos toca padecer. Es además una obsesión perniciosa hasta más no poder porque el dolor -esa cosa tan común en toda vida-- se convierte así en un estado casi vergonzoso frente a esta nueva superstición moderna. Si sufres es porque no eres lo suficientemente positivo, es decir, tienes la culpa. ¿Que estás arruinado? Positividad. ¿Que tu mujer te ha dejado? Positividad. ¿Que tienes cáncer? Positividad. Llorar alguna tarde puede resultar revolucionario. Piénsenlo. A las barricadas.

En segundo lugar, tampoco hay ninguna obligación de realizarse sin parar ni nadie sabe exactamente en qué consiste semejante cosa (ya dijo Cortázar que se podía elegir la tura, etc.) Calma. No pasa nada por no hacer nada alguna vez. Para las realizaciones que en ocasiones toca ver alrededor, casi convendría desrealizarse un poco.

Y en tercer lugar, pero no menos importante: el sexo está muy sobrevalorado y la poesía presuntamente erótica acaba resultando cansina. Solucionemos nuestras necesidades naturales con contundencia y sin más sandeces de las imprescindibles y, luego, dediquemos nuestro tiempo a cosas más importantes. Por Dios, que somos adultos.

*Filóloga y escritora