En estas fechas rituales siempre se produce una explosión de identidad. Cada pueblo tiene la suya y cuando no la tiene se la inventa. En algún caso son tradiciones que se convierten en dogmas. En casi todos se echa mano del folclore, allí donde los románticos querían encontrar en el siglo XIX el "espíritu del pueblo" que la industrialización con sus movimientos migratorios y el nacimiento de las grandes ciudades estaba poniendo en peligro. Es en el canto, el traje tradicional (aquí nos inventamos el traje de baturro, baratito y funcional para ir a la ofrenda en otra tradición bien reciente), los cuentos y relatos transmitidos de abuelos a nietos, es el idioma en algunos casos, en definitiva todo lo que es solamente nuestro y que nos diferencia de los demás, sobre todo del vecino, del más próximo. Naturalmente no hay discurso político nacionalista sin una identidad definida y una historia, aunque sea en todo o en parte inventada o reconstruida al gusto del consumidor. En la lucha por el poder, político y económico, estas identidades, que conectan con los sentimientos, con el mundo de lo afectivo, con las vivencias de nuestros antepasados, son de fácil venta. De la misma manera que determinada manera de vivir la religión merece la calificación de ser el "opio del pueblo", el discurso nacionalista es otro moderno opio que adormece, desorienta, convierte en fundamental lo secundario y en secundario lo fundamental. Cataluña hace mucho que me empachó y estos días el empacho es de lo nuestro. Que ustedes lo disfruten. Profesor de universidad