Nadie debe intentar el imposible de que la Iglesia deje de predicar su doctrina; los poderes públicos cabe que decreten lo que consideren pertinente, incluso cuando muchos, me refiero en particular a los creyentes aunque no sólo a ellos, puedan considerar que lo decretado se aparta de la verdad, a costa a veces, de valores humanos fundamentales, como el de la vida y otros que la Naturaleza de la que formamos parte, enseña.

Cómo no hay política sin problemas, un gobierno de manga elástica y de creencias mudables, inexistentes o desconocidas dado que nadie está constitucionalmente obligado a manifestarlas, puede imaginar soluciones falsas para problemas reales.

Puestos en el "disparatero" de regular el matrimonio entre personas del mismo sexo ¿cómo podría negarse un poco después, a dar estado de legalidad al ménage a trois ? y ¿por qué rechazarían los poderes públicos, la poligamia o la poliandria o la misma unión entre parientes próximos?

Situados de propia voluntad en el trance de reconocer de derecho tantas situaciones de hecho "porque sean cosas que suceden", podrían darle estado jurídico al adulterio o instituir los matrimonios de temporada. Ajenos a cualquier principio y a eso de las creencias, las van sustituyendo a su acomodo por conveniencias que son más llevaderas, convirtiéndolas en una especie de Norte costumbrista más que ético.

EL MATRIMONIO es, desde luego, una pareja pero cualquier pareja no es un matrimonio... Una cosa es la infinita y humanísima comprensión que merece para un cristiano y para otros muchos que no lo son, el mundo de la homosexualidad y otra diametralmente distinta, que esa comprensión, nos lleve a identificar cualquier situación de hecho con instituciones de derecho con muchos siglos de historia y a tratar igual lo inequiparable (quien imita no es cómo el imitado).

Ello no significa dejar aquel mundo al margen de toda regulación, cuando cabe que alguna necesite pero sin cobijar esas situaciones en una institución milenaria, natural y además de fines distintos cómo es el matrimonio, origen de la familia.

Igual que otros hablan sobre el asunto y pienso que sin mayores títulos, la Iglesia debe hablar y tiene que hacerlo con la conciencia en la que se funda su responsabilidad que no sólo es de hoy sino ciertamente histórica. Escucharla o no quererla oír, lo mismo que reprocharle que hable, es negar la libertad de expresión a sus portavoces con la absurda tesis de que todo es posible y que todo es regulable sin más que lo diga una ley.

La legalidad es, aseguraba un profesor inolvidable, una especie de esclavitud de la que todo jurista sueña con manumitirse. Cuando se discutió la vigente Constitución nadie propuso incluir en ella el matrimonio entre personas del mismo sexo. Podrían regularse civilmente esas uniones cómo simples negocios jurídicos por más que repugne a muchas conciencias, pero no podrían ser negocios matrimoniales.

Lo que digan aquellos portavoces de la Iglesia debe ser importante porque en otro caso, el Presidente del Gobierno español no habría ido ni a Roma a ver al Papa ni a Santiago de Compostela a un acto religioso en la catedral. ¿Por qué fue no siendo creyente? Pues porque las obligaciones del Presidente no se limitan a las que deba cumplir con los que piensan igual que él y porque los que piensan de otra manera pueden hablar y oírles forma parte de las obligaciones correctamente ejercidas por el Presidente.

Si; hizo bien el Presidente en ir a Roma y a Compostela aunque no fuera con ánimo de persuadir ni de ser persuadido por las jerarquías eclesiásticas que la Iglesia eso también conviene saberlo, es una sociedad jerarquizada cuyos pareceres no dependen de mayorías contingentes.

DIGO QUE hizo bien ZP al acudir a Roma y a Santiago porque aún sabiendo que la Iglesia no aprueba ni el aborto ni el matrimonio entre personas del mismo género, conoce que la Constitución garantiza la libertad religiosa y que aún no siendo confesional el Estado, también sabe que "los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española" y que "mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia católica y los demás confesiones". Eso dispone la Constitución aprobada por el pueblo y cuya reforma sin fines conocidos por ahora, desearíamos que si es indispensable para otros asuntos, se hiciera al menos, con prudencia.

Todos los días España no puede partir del caos ni tampoco cada veinticinco años.