Rectifico: parece que en España sí existen algunas empresas que montan respiradores para UCIs. Sin embargo su producción es muy limitada y ahora no pueden incrementarla de hoy para mañana porque sus instalaciones son pequeñas, y además no disponen ni del adecuado suministro de componentes ni de personal experto. Entre tanto, surgen inventores y espontáneos de todo tipo que proponen fabricar aparatos destinados a mantener con vida a los enfermos de coronavirus. Pero muchas de esas ofertas son fruto más de la buena voluntad que de la solvencia tecnológica. Y ademas, sin pruebas previas, evaluación de los prototipos y la ratificación de su idoneidad por parte de los propios intensivistas, ¿quién se atrevería a usar tales artefactos, obviamente invasivos, sobre pacientes que podrían morir en el intento?

Aquí cabe improvisar pero solo hasta cierto punto, que no es mucho. El sistema público de salud está siendo capaz de reorganizarse sobre la marcha, a costa de un tremendo sacrificio por parte de sus profesionales y gracias a su evidente solvencia previa. Al margen de su estructura no se puede hacer gran cosa, de momento. A la vuelta de unos de meses, quizás sea posible contar con recursos propios y aliviar la dependencia de las factorías chinas, que hoy es casi absoluta. Lo mismo sucede en la mayor parte de Europa. No solo faltan medios materiales y técnicos, es que además lo que se sabe del coronavirus sigue siendo contradictorio y confuso. Algunas personas, intoxicadas por los “trolls” de extrema derecha activísimos en las redes (se les ve “insultantes” de alegría por la oportunidad que les brinda la pandemia), creen que el Gobierno, los políticos en general y los periodistas mentimos u ocultamos la verdad. ¿La verdad?: que esta plaga ha golpeado a las sociedades occidentales (tan prepotentes y pagadas de sí mismas) con brutalidad inaudita, y que la ignorancia es general. La propia OMS (Organización Mundial de la Salud) dice una cosa cada día.

En este contexto de imprecisión y catástrofe es demasiado fácil jugar la carta autoritaria, como ha hecho el húngaro Orbán. O como amaga en España Vox, reclamando un gobierno “De emergencia nacional” con solo cuatro ministerios (¿?), poderes absolutos, responsables “técnicos” y no políticos y un decálogo de actuación tan demencial que parecería un chiste si no fuese por lo que es. ¿Y el actual Ejecutivo? “Que se vaya a su casa, a preparar con sus abogados las querellas que les han de caer por su criminal gestión”, remachan desde el partido de extrema derecha. ¿Golpismo?

Abascal quiere que el Estado pague el sueldo de 13 millones de trabajadores confinados, incremente con un plus del 20% el de quienes luchan contra el virus, subvencione a las empresas, y al tiempo suspenda ya el pago de impuestos mientras dota a todo el mundo de mascarillas, equipos de protección y test. ¿De dónde saldrá todo eso? Ahí entra en juego el pensamiento mágico, y unos supuestos “bonos nacionales” por valor de 80.000 millones euros. Truco difícil de entender, sobre todo cuando lo plantea una fuerza que hasta la fecha presumía de ultraliberal, maldecía la deuda y predicaba el “cada cual, a lo suyo y con lo suyo”. Una vez más el programa de Vox es parecido al que el otro día expuso Torra en una telesesión del Parlament. O sea, dinero público a mansalva, desaparición de impuestos y que llueva maná del cielo. ¿No queríamos un milagro?

Hombre, hay muchas cosas que no sabemos, y muchas también que ahora nos parecen imposibles y se convertirán en realidad o que ignoramos pero llegaremos a conocer a la vuelta de algún tiempo. Al reflexionar sobre esta crisis, suele surgir un interrogante: basándonos en el paradigma del crack del 29, este terrorífico sobresalto que nos acongoja… ¿acabará con un Roosevelt o con un Hitler? Esa es, precisamente, la incógnita que más me inquieta.