El jueves al mediodía me llamó mi madre. Le conté que había estado en la concentración de mujeres periodistas, que era día de huelga para todas, que por primera vez esta profesión había demostrado unión, y que lo habían conseguido las mujeres. Y le pregunté si ella había secundado el paro. Dijo que no, que había ido con mi padre a quemar la rama de los olivos recién podados, que en el pueblo nadie hacía huelga. Tengo actitudes machistas. No por haber pegado a una mujer, ni por haberla menospreciado, ni por creerme superior. Son solo gestos, tics. Si de algo ha servido el movimiento de tantas y tantas mujeres ha sido para que muchos nos demos cuenta de que tenemos cosas que cambiar. Empecemos por nosotros mismos. Espero que los políticos hagan lo suyo, legislen porque solo así se logrará la igualdad y la justicia. Que no quede en una moda, en sumarse a una ola por postureo. Muchos se han subido al carro de forma sospechosa. Quién nos dice que volverán a bajarse la semana que viene. El movimiento fue valioso y logró empapar a toda la sociedad. También a la que quedó al margen, como mi madre, que por primera vez vio como las mujeres de un país hacían huelga. Ella no se sumó este año; hoy pensará que no sirvió para nada. El próximo quizás también ella haga huelga. La imagen, el símbolo y el mensaje permanecen, y son el germen de lo que puede venir. Este movimiento engendra el cambio, pero debe calar en todas las zonas de sombra que aún persisten, como el mundo rural. Y sobre todo iluminar nuestras mentes.

*Periodista / @mvalless