Lazarillo de Tormes ha pasado a la historia como la primera novela picaresca en castellano; y, casi, como el texto fundacional de un nuevo género. En efecto, Lázaro encarnaría desde su literario nacimiento (la primera edición apareció en 1552, bajo el reinado de Carlos I), un personaje nuevo; no solo en la literatura española, también en la universal.

Hasta ese momento, los lectores de poesías romances o de libros de caballerías no habían conocido a nadie parecido, a semejante bohemio, buscón, buscavidas, tan amoral e inteligente como cínico y crítico, pero dotado de una capacidad de observación y supervivencia fuera de lo común, y de un encanto canalla. A diferencia de los héroes precedentes, Lázaro no era de noble cuna, sino de origen vil, nacido de una prostituta viuda de un molinero y encalomada con un negro. El niño nunca recibió formación, estudios ni recurso alguno, a no ser la natural listeza que a bien tuvo el cielo darle como don.

El ámbito de esta novela cómica y realista a la vez se reducirá claustrofóbicamente a los desvanes, tabucos y descampados donde irán llevando al Lazarillo sus experiencias y desventuras con sucesivos amos: un ciego, varios clérigos, un hidalgo, un alguacil… personajes representativos de la sociedad del momento. El uso narrativo de la primera persona, la desfachatez con que Lázaro cuenta sus vivencias atrapan al lector con su sentido el humor y de la acción. La potencia, originalidad y magia del libro es tal que poco importa su anonimato. En el fondo, no trascendería demasiado que Lazarillo de Tormes hubiese sido escrito por la pluma de Juan Luis Vives, Alfonso de Valdés, Lope de Rueda o Hurtado de Mendoza, sobre cuya autoría se ha venido especulando. Importa más que los vicios y virtudes de lo español se pinten con colores crudos, sin afeites, mostrándonos cómo se vivía realmente en Burgos, Valladolid y en las pequeñas villas de Castilla, al margen de la corte y los palacios de los nobles.

A las ediciones existentes se suma ahora una nueva y extraordinaria, de Reino de Cordelia, dirigida por Adrián J. Sáez e ilustrada por Manuel Alcorlo. Sabiamente adaptada, su lectura, riquísima en términos y giros, supone un placer tan insuperable como el que debía experimentar el Lazarillo sisando a sus amos.