Para comprender completamente la trascendencia y las distintas, y hasta cierto imprevisibles, derivaciones del covid-19 pueden servirnos como imagen muy expresiva las ondas concéntricas generadas por una piedra arrojada a un estanque, que he podido conocer en el artículo de Jeremy Farrar, The worst of covid-19 may still be to come (Lo peor de covid-19 aún puede estar por venir) en el Financial Times.

La onda más interna es el impacto inmediato del virus: miedo, enfermedad y muerte. Lo podemos constatar en España. Desde el estallido de la pandemia con toda su acritud a mitad de marzo todos sobrecogidos por las cifras de muertos ante una enfermedad desconocida, y en buena lógica, amedrentados por el miedo. Una vez se produjo la desescalada, ¡vaya palabra!, pensamos que retornábamos a la normalidad. Pero, la verdad desagradable asoma, los rebrotes, ya he perdido la cuenta, nos sumergen de nuevo en el miedo, la enfermedad y la muerte.

LA SEGUNDA ONDA describe los efectos indirectos y poco conocidos sobre la salud del covid-19. Farrar pone como ejemplos dramáticos las pruebas de detección de cáncer omitidas, mientras con el brote de ébola del 2014 murieron más personas de malaria en África occidental que del virus en sí. En España los efectos nocivos colaterales: más muertes de ictus, el retraso o anulación de pruebas de detección de cáncer o de operaciones quirúrgicas…

La tercera onda, según el símil de Farrar, es el impacto social y económico del aumento del desempleo y la reducción de las economías. Como cada crisis, la pandemia amplificará las fracturas sociales y las desigualdades existentes. Esto tendrá consecuencias políticas. Algunos gobiernos pueden caer por el covid-19. En España estamos observando tales impactos. El Gobierno actual ha actuado con prontitud para paliar estas secuelas con un escudo social, cuyo ejemplo más significativo ha sido la implantación de los ERTE o ayudas a los autónomos, ingreso mínimo vital, etc. Unos alumnos aventajados de la tesis de Farrar han sido las derechas españolas, convencidas de que el covid-19 se llevará por delante el Gobierno de coalición de Pedro Sánchez y con ese mismo objetivo trabajan.

LLEGAMOS A LA cuarta y más grande onda: la geopolítica. A medida que muchos gobiernos se enfrenten a las crecientes críticas por su fracaso percibido o real para proteger a sus ciudadanos, una respuesta natural será culpar a otros. En el Reino Unido se han incrementado los ataques contra grupos inmigrantes y en España con los trabajadores temporeros. En los Estados Unidos, el presidente Donald Trump ha acusado a los jóvenes mejicanos y a «China de haber ocultado el virus de Wuhan para permitir que se expandiese a todo el mundo, instigando una pandemia global». Por ello, ha roto las relaciones con la Organización Mundial de la Salud (OMS), ya que la ha acusado de estar influenciada por China durante la gestión de la pandemia. En contraposición, el presidente de China, Xi Jinping, ha tratado de posicionar a su país como amigo de África, prometiendo las vacunas continentales tan pronto como los ciudadanos chinos las obtengan. Solo el tiempo dirá si tal promesa fue altruista, o un juego de poder diplomático. Pero ha querido diferenciar a China de Europa y los Estados Unidos. También subrayó el cambio acelerado del poder global de oeste a este.

De todas las maneras las secuelas de las cuatro ondas son corregibles. Para eso existe la política. De las dos primeras, hay que El covid-19 no será la única pandemia del futuro. Y su erradicación, por su carácter global, no la podrá afrontar individualmente cada Estado invertir y con prontitud en sanidad pública para reducir el impacto de la primera ola de covid-19 y prepararse para las segundas olas. Y construir sistemas de salud para todos, independientemente de su capacidad de pago.

Los impactos sociales y políticos de la tercera onda también pueden mitigarse. Entre las respuestas más necesarias: alivio de la deuda de los países más pobres; inversión para la transición digital; apoyo a tecnologías verdes para construir un mundo descarbonizado; mejor y más educación para los jóvenes; lucha contra la corrupción; y estructuras e instituciones democráticas mejoradas. El reciente acuerdo dentro de la Unión Europea va en esa línea.

POR ÚLTIMO, ESTÁ la cuarta onda, en la que está en nuestras manos el camino a seguir. Puede ser el nacionalismo que culpa al otro. O trabajar juntos para forjar un futuro mejor y compartido. Hay precedentes históricos. La creación tras la IIGuerra Mundial de instituciones internacionales como la ONU, el Banco Mundial y la OMS para salvaguardar el orden mundial en diferentes ámbitos. Tales instituciones, con sus limitaciones, han sido claves en los últimos 75 años. En ellas habrá que hacer profundas reformas, pero son más necesarias que nunca. El covid-19 no será la única pandemia en el futuro. Y su erradicación, en tanto en cuanto su carácter global, no se podrá llevar a cabo individualmente por cada Estado. Como defiende Luigi Ferrajoli será necesario un constitucionalismo a nivel global. Los Estados son demasiado grandes para las cosas pequeñas, como el resolver los problemas de la ciudades; y demasiado pequeños para las cosas grandes, como las funciones de gobernar y de tutela exigidas en temas globales: crisis medioambiental, terrorismo, narcotráfico, seguridad, paz; y por supuesto, la pandemia actual, que desborda claramente el ámbito de las fronteras estatales