En los libros de historia, las elecciones de hoy figurarán a renglón seguido del mayor atentado terrorista que hemos vivido en carne propia. Inevitablemente, en los cristales de la urna se reflejarán los trenes rotos, el humo, el dolor, los gritos, las manifestaciones y, en primer plano, las 200 víctimas y todos los heridos. El voto es un paso indispensable para plantar cara a la barbarie.

En la historia particular de la infamia, teníamos ya referencias muy dolorosas, pero esta semana el umbral de las salvajadas ha quedado rebasado con creces. Ahora llega el momento de recrecerse, pegar el estirón necesario para estar a la altura de las negras circunstancias.

Cuando el pasado jueves por la mañana preparábamos en este diario una edición especial --esos casos excepcionales en que el periodista de prensa no escribe para el día siguiente, sino para el presente inmediato y en caliente-- la selección de fotografías fue un asunto delicado, una tarea difícil que, además, había que realizar contrarreloj. El servicio de la agencia Efe señalaba en la pantalla: "Les advertimos de la dureza de las imágenes que estamos transmitiendo en relación con los atentados perpetrados hoy en Madrid". Eran escenas, ya las hemos visto, horribles, imágenes que nos persiguiendo desde aquel día.

Con el sobresalto del 11-M, Zaragoza se ha despertado completamente. Del cierto letargo de los últimos días de campaña electoral, la ciudad y el resto de Aragón han reaccionado con el sobresalto de quien, vencido por un cierto sopor, se iba escurriendo en la butaca y de repente nota una descarga eléctrica. Aragón se ha volcado, en la teoría y en la práctica, echándose masivamente a la calle, ofreciendo sangre, suero, cariño, solidaridad activa. Y también, como en el resto del país, exigiendo el derecho a la información. A una información clara, no a esto. La ciudad abatida ha tratado de sobreponerse y plantar cara, contraponer la vida ante tanta muerte en los andenes.

El 11-M es también la suma de imágenes grabadas a fuego. Y la suma de sonidos como los de esos móviles que sonaban en los bolsillos de las víctimas, llamadas --tantas veces recordadas en prensa-- que se quedarán para siempre sin contestar, flotando inútilmente en el aire de la tragedia. Hoy es necesario llenar de votos libres las urnas y votar con el recuerdo de quienes ya no podrán hacerlo.