Juan Alberto Belloch llegó a la alcaldía zaragozana cargado de rutilantes proyectos como la Expo-2008 o la Milla Digital, entre otros, para hacer de Zaragoza una gran ciudad además de una ciudad grande. Político de fuste y relevancia, fue poderoso biministro, apostó por la política local tal vez ignorando que algunos dirigentes del socialismo aragonés han empleado más tiempo y esfuerzo en mantenerse en sus cargos que en trabajar por esta tierra. El triunfo del PSOE en las elecciones de marzo y el nombramiento de antiguos colaboradores de Belloch para altísimos puestos parecían anunciar tiempos venturosos, pero el proyecto de presupuestos del Estado ha sido una frustración. El señor Belloch, encerrado en su despacho, sueña con una ciudad de maravillas, y creo que la tiene en la cabeza, pero los ciudadanos demandan que Zaragoza se gobierne día a día, que la política urbanística no siga siendo demencial --cómo ha cambiado el poder a algunos de la Chunta Aragonesista, por cierto--, que la ciudad no esté sucia --a ver si funciona el nuevo plan-- y desatendida --menos mal que ahí está Ricardo Berdié-- y que no todo se fíe a que en diciembre se consiga la Expo. Entre tanto, los ciudadanos, que pagarán más impuestos que nuca, necesitan que su primer edil, sin dejar de soñar con ese futuro idílico y sin olvidar la foto con los ministros de turno, salga a la calle, se remangue la camisa y se ponga manos a la obra. Un buen alcalde, además de al horizonte, ha de mirar al suelo y estar al lado de sus vecinos. Sólo piden eso.

*Profesor de universidad y escritor