Asumo que no están los tiempos para hablar de la política, ni siquiera con mayúsculas. Sin embargo, cuando acabe la pandemia, que acabará, muchos que se creen políticos, tendrán que dar explicaciones. Sobre todo, los que se limitan a aparentar ser buenos políticos sin serlo: haber hecho el ridículo les pasará factura más pronto que tarde. Porque la política, cuando se ejerce como se debe, es la que mueve el mundo hacia alguna parte, para bien y para mal. Las ideas, sin la política, pueden ser meras abstracciones inútiles o irrealizables. Los presuntos líderes, sin la política, en el mejor de los casos son simples gestores de la normalidad -gravísimo problema que hoy lastra a muchos partidos- incapaces de resolver una crisis, y en el peor, lunáticos que acaban haciendo imposibles las aspiraciones de la sociedad. Sin la política, como yo la entiendo, prima la mentira o la pose como argumento -desgraciadamente una imagen vale más que mil palabras-, la violencia -en todas sus variantes- se convierte en método y se socavan los cimientos sociales, buscando otro mundo que todavía no sabemos si existe. La demagogia es el cáncer de la política y los populismos, de izquierda a derecha, su mayor excrecencia.

El político que se precie, debe ser creativo. No debe conformarse con gestionar «con la diligencia de un buen padre de familia» lo que existe en su mundo, sea mucho o poco. Esa es una función de los funcionarios. Un político debe ser un continuo transformador, un reformista, sin ser revolucionario. Una persona de su tiempo, pero sin olvidar los anclajes de su pasado. Los países más avanzados del mundo son los más respetuosos con su historia y tradiciones. Nadie, salvo los locos o descastados, debería renunciar a su historia. Un país es como una gran familia, organizada sobre la base de valores como la justicia, la igualdad, la equidad, la tolerancia, etc, que cualquier persona de bien acepta como trascendentes, sin renunciar a sus orígenes.

Antes son las ideas que las ideologías, convertidas en mazacotes cuya única función es separar a unos contra otros. Estoy convencido de que muchos políticos de hoy no sabrían explicar las diferencias entre las derechas e izquierdas, sin recurrir a lugares comunes, sin construir el muro que durante tantos años ha separado a los españoles. No se puede ser de derechas o de izquierdas «de toda la vida», como un patrimonio que se hereda. Hay que valorar las ideas de cada uno en cada momento, porque las ideas cambian, se amoldan a cada época. Ninguna foto fija convierte a nadie en derecha o izquierda, sin más. Lo que hoy significa ser de derechas, hace un siglo suponía ser progresista. Por ejemplo, una monarquía parlamentaria es mejor que una república bananera pero, especialmente en España, también es mejor que una república parlamentaria sin historia, conocidos nuestros orígenes. Si, además, es causa directa de un pacto constitucional mayoritario, miel sobre hojuelas. Hacer que las ideas de unos y otros se complementen es el fundamento de los acuerdos que este país necesita urgentemente. Convertirlas en trincheras es la ruina de la política y cercena cualquier avance en la sociedad.

La filosofía y la ciencia, tan poco divulgadas y tan apartadas de la sociedad, constituyen la fuente de las ideas que los políticos deberían utilizar para mejorar las sociedades permanentemente. Un político debería ser como un filósofo o un científico capaz de poner en práctica lo que la mente humana es capaz de crear y la sociedad digerir. Difícil empeño si hoy consideramos a muchos políticos como analfabetos funcionales que desconocen lo que hay más allá de su partido o del metro cuadrado que pisan.

La única política posible y deseable es la que sirve a la democracia representativa; el imperio de la ley es su dogma más importante y procurar una ley electoral que facilite la elección de los mejores, una conquista pendiente.

La política, como el agua, necesita de cauces que la lleven al futuro y de embalses que prevean nuestras necesidades y permitan superar las crisis. Las sanitarias y económicas también. La imaginación al poder no es una frase hecha del «mayo del 68» es un objetivo permanente e irrenunciable.

No teman los aragoneses: en esta tierra tenemos, al menos, un par de políticos. Esperemos a que aparezca el tercero por los aledaños del centro con capacidad para sumar e imaginar el futuro. Soñar no hace mal a nadie.