En el libro Juan de Mairena, Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo (1934-1936), Antonio Machado, por boca ahora de su alter ego fundamental, nos ofrece, el diálogo entre su confitero y un filósofo. Este aconseja a aquél que crea en Dios, de este modo hará mejores confites, los venderá más baratos y además ganará más dinero, porque así aumentarán sus clientes... A la pregunta por parte del confitero sobre si Dios existe, el filósofo contesta diciendo que «eso es cuestión baladí», que lo importante es que el confitero crea en Dios. Al cabo de un tiempo el filósofo visita de nuevo al confitero; el establecimiento lleva ahora el rótulo siguiente: «Confitería de Ángel Martínez, proveedor de Su Divina Majestad»... (Parece pues que el confitero, ha hecho caso al filósofo...). La calidad de los confites no ha mejorado, pero el confitero que ha aprendido bien la antigua lección del filósofo, le dice a este:

«Lo importante es que usted crea que (la calidad) ha mejorado, que quiera creerlo, o, en último caso, que usted se coma estos confites y me los pague como si lo creyera».

Quien haya tenido la paciencia de llegar hasta aquí, seguro que se cuestionara las razones de tal prólogo. La respuesta es muy clara.

Una vez conocida la convocatoria de unas nuevas elecciones, a nuestra clase política lo que de verdad y únicamente les interesa es construir el relato sobre quién ha sido el auténtico culpable de su repetición. Lo que menos importa es quién ha sido el verdadero o mayor culpable. Eso es una cuestión baladí. Lo importante no es lo que realmente haya ocurrido, sino lo que crea el público. Lo importante es el relato, que a modo de confites, como señalaba el confitero al filósofo, es venderlo, que el público lo compre, lo de menos es que sea de buena calidad. Para vender el relato nuestra clase política echa mano de los medios, ya que sin una buena preparación de propaganda, ninguna campaña política puede tener éxito. Los medios son el mejor lubricante de la máquina política. Por supuesto, entiendo que estos contribuirán a que el confitero venda buenos confites. De ello, no tengo la mínima duda, ya que los medios en esta España nuestra sobresalen por su transparencia e independencia.

Lamentablemente, lo estamos comprobando, la verdad no es buena compañera para la actividad política. El primer paso que conduce a la mentira es ocultar la verdad; y, sin embargo, ¡cuántas veces el gobernante (el político) se ve obligado a ocultarla! Si en cada momento estuviera obligado a presentarla desnuda, a publicar los hechos tal y como ocurren, el gobierno (la política) sería imposible. El adobar los acontecimientos adversos para que al conocerse produzcan menos estrago, constituye un verdadero arte. Una vez preparado lo que se va a hacer público, la versión se apodera de tal modo del ánimo del confeccionador, que este llega a creerse que lo inventado por él es la verdad misma. Como dijo, un auténtico profesional de la política, entendida la palabra profesionalidad en el peor sentido de la palabra, el Conde de Romanones: «Hay hombres que mienten a todos y también se mienten a sí mismos. Estos llegan a estar convencidos de que la mentira forjada por ellos es la verdad, y la defienden con mayor empeño que la verdad misma. Por eso son los más peligrosos en la política».

Esos políticos mendaces que se pavonean con las excelencias de nuestra democracia, saben que la democracia debe y tiene que ser el régimen de la verdad en el sentido de la total posibilidad del conocimiento de los hechos por parte de todos los ciudadanos. Solo así estarán en condición de controlar y juzgar a sus representantes políticos y a su vez de participar en el gobierno de la cosa pública. De ahí el reconocimiento que nos asiste al «derecho a la verdad». Ahí radica la gran diferencia de la democracia con otros regímenes políticos, como los totalitarismos, donde la oscuridad empaña la vida política y son los gobiernos quienes definen la verdad. En democracia, la verdad es hija de la transparencia. Como señaló, Louis Brandeis, juez de la Corte Suprema de los Estados Unidos «la luz del sol es el mejor desinfectante». En democracia la obligación de verdad por parte de las instituciones se convierte en derecho de información por parte de los ciudadanos, reflejado en nuestra Constitución dentro de la Sección 1ª De los derechos fundamentales y las libertades públicas, en el artículo 20. 1 d) se reconoce y protege el derecho: A comunicar o recibir libremente información veraz por cualquier medio de difusión.

Nuestra clase política haría bien en no considerar a la sociedad española como inmadura y carente de criterio, como si fuera una manada de borregos. Gran parte de esta sabe diferenciar perfectamente la mentira del engaño, tal como nos advirtió también Antonio Machado en Juan de Mairena «Se miente más que se engaña; y se gasta más saliva de la necesaria… Si nuestros políticos comprendieran bien la intención de esta sentencia, ahorrarían las dos terceras partes, por lo menos, de su actividad política». ¿Nuestra clase política ha captado la intención de tal sentencia?

Por ello, esta campaña electoral, que será terrorífica a la hora de pervertir la verdad, me remite a uno de los grabados de Francisco de Goya de la serie de Los Desastres de la Guerra, que lleva el título Murió la Verdad.

*Profesor de instituto