Los grandes números no se llevan bien con los pequeños. No se entienden. Quizá eso explique por qué la macroeconomía no funciona como la doméstica. De ello dan fe los millones de ciudadanos que, al margen de su ideología política, constatan a diario que su situación no es mejor, por mucho que la prima de riesgo o el PIB muestren ahora un comportamiento intachable. Contra el optimismo de Mariano Rajoy y el despiste de una oposición demasiado pendiente de decidir quién manda, se dan de bruces durísimas realidades cotidianas. Las que tienen que ver con la imposibilidad de muchos españoles para llegar a fin de mes, más que con los gráficos rampantes exhibidos por el presidente en el último Debate sobre el Estado de la Nación. No asumen que las cifras de muchos ceros y las que, si acaso, permiten exprimir hasta el límite presupuestos familiares se repelen. Las primeras dan forma a mundos paralelos al del resto, que se ven pero no se tocan. Escenarios lejanísimos para el común de los mortales, a los que algunos han querido encaramarse sin contar con que, pese a lo que pueda parecer, no todo vale. Por eso, reconforta saber que obscenos personajes como Luis Bárcenas sientan sus posaderas en prisión, por, entre otras cosas, haberse querido hacer ricos defraudando a Hacienda, en el caso del extesorero del PP, hasta 11,5 millones de euros. Ni él ni otros sospechosos habituales de cuello blanco debieron de comprender en su día que lo macro y lo micro no maridan bien. Al menos, no de forma legal. Periodista