No hace mucho se ha descubierto una trama fraudulenta para recaudar fondos, supuestamente con destino a la lucha contra el cáncer infantil. El chanchullo, revestido de organización sin ánimo de lucro, estaba montado a lo grande, con talante empresarial, y obtenía enormes beneficios a costa de la buena voluntad de las personas y de su disposición a colaborar en obras de tan admirable interés humanitario.

La suplantación de personalidad supone siempre una vulneración de derechos, pero cuando atenta contra los niños y explota generosidad y altruismo, estamos frente a un hecho particularmente perverso con una secuela de especial gravedad: se socava y queda mermada tanto la confianza como la intención de colaborar con organizaciones realmente benefactoras, que apelan a la solidaridad para cumplir sus elevados objetivos y obtener así recursos económicos imprescindibles. La lucha contra el cáncer infantil adopta múltiples matices e implica a entregados profesionales, tanto pertenecientes al ámbito sanitario como de carácter puramente asistencial, donde también cabe incluir al voluntariado dedicado a hacer más llevadero el paso por un trance siempre tiznado de sombras, pues aunque hoy en día, el cáncer ha dejado de ser una insoslayable sentencia de muerte, todavía arrastra consigo una dura carga, tanto para los pequeños como para sus progenitores. Por eso es tan admirable la labor de gente vocacionalmente inclinada a ayudar y realizar su labor en cualquiera de los frentes posibles. Y por eso resulta tan odiosa la profanación de ese ideal por parte de quienes solo han pensado en enriquecerse a costa de la nobleza de sentimientos. Por fortuna y a pesar de todo, la esperanza en la bondad humana ha de permanecer viva, por mucho que unos indeseables se hayan obstinado en hacernos dudar de ello.

*Escritora