En poco más de dos semanas, el Ejecutivo de Zapatero ha hecho un despliegue de actividad. La retirada de Irak, la preparación de una ley contra la violencia sexista, la rectificación del PHN y las decisiones sobre la reforma educativa demuestran ideas claras y celeridad en el cumplimiento de los compromisos. En otros casos, en cambio, ha incurrido en precipitaciones e imprevisiones que han forzado desmentidos inmediatos.

Los ministros deben resistir la tentación de ganar notoriedad con aportaciones poco estudiadas. Su responsabilidad es gobernar: tomar decisiones, poner los medios para llevarlas a la práctica y prever las consecuencias.

Nada que ver con la ligereza de la ministra de Cultura, Carmen Calvo, cuando anunció una rebaja del IVA que en realidad depende de la UE. Ni con la improvisación del titular de Interior, José Antonio Alonso, al plantear un control de las mezquitas que vulneraría la libertad de culto y excede a la capacidad de las fuerzas de seguridad para infiltrarse en los grupos islamistas realmente peligrosos. No se puede malgastar así, confundiendo precipitación con iniciativa política, la confianza que el Gobierno está generando con sus primeros pasos.