Mantener las formas, la compostura y el pundonor es hoy misión casi imposible para algunos especímenes de la política. Ni por el partido, ni por el país ni por uno mismo. Las conductas ejemplares están pasadas de moda, son molestos anacronismos. Por eso un hombre como Aznar, a la última en tendencias políticas, anda por ahí chismeando con los periodistas, los feos que le hacen sus compañeros de partido. No le invitan a mítines, pero luego cuando enmiendan, el engreído se pone chulo y declina la oferta por tener la agenda repleta. Tan decoroso como su aprendiz, la seudo niña del exorcista, Soraya Sáenz de Santamaría, que en un arrebato infernal, poseída por el espíritu electoral, arrancó a clamar por los pasillos del Congreso el nuevo hip del verano: "En mi puta vida he cobrado un sobre". Conténgase, vicepresidenta, aunque sea solo por Dios-Rajoy y por sus súbditos. Lo mismo le pasa a Schröder, el excanciller alemán, que aunque dejó la política en 2005, le encanta fastidiar a su país, a su adorada virgencita Merkel, exrival y desbancadora. El cálido y efusivo abrazo que le fundió con su amigo y salvador demonio Putin, por recolocarle de lugarteniente en el gigante energético ruso Gazprom, torpedeó la estrategia diplomática europea en el conflicto de Ucrania. Pero el golpe maestro, se lo lleva nuestro Escó, que, investigado por posible malversación de fondos y administración desleal, formará contra la corrupción y las arbitrariedades a futuros líderes latinoamericanos.

Periodista y profesora de universidad