Hay algo que une la sorpresa de las infantas ante el revuelo levantado por su vacunación, la chulería del comisario jubilado Villarejo, o ahora que se acerca el 8-M, el comportamiento de los 43 asesinos que acabaron con la vida de sus parejas, la sensación de impunidad.

La percepción de sentirte exento del cumplimiento de las reglas que rigen para el resto del mundo, muchas veces no es tanto por la debilidad legislativa o las carencias en el engranaje burocrático sino por todas las veces que ese comportamiento te ha funcionado o ha sido consentido.

¿Cuántas veces el abuso de autoridad te ha funcionado antes? ¿A cuánta gente has doblegado a tu voluntad antes de pegar la primera paliza o amenazar con las cloacas del Estado? ¿Cuánto tiempo has ido acumulando privilegios en tu vida que te han hecho pensar que todo te es debido?

En todos los casos hablamos de la percepción de poder, de poder absoluto sin contrapesos, sin pensar que los sujetos de derecho son también los otros y no solo tú ¿Cómo ha transcurrido ese camino vital para que a los ojos de la mayoría tus actos sean claramente un abuso de poder, cuando no delito y ya no seas capaz ni de comprenderlo?

¿En que momento Rodrigo Rato para exculpar parte de su responsabilidad en los delitos de presunta corrupción, blanqueo y fraude fiscal, utilizó a su secretaria durante más de treinta años, que seguía llamando al exministro de usted y con el tratamiento de señor mientras a ella la apodaba cariñosamente con el diminutivo de Teresita? Hay tantas Teresitas a nuestro alrededor, hay tanto depredador dispuesto a mantener su impunidad a toda costa que más allá de las reformas necesarias en el ámbito de la justicia es necesario un posicionamiento global a favor del débil y no del deslumbramiento acrítico del poderoso.

Con todas las carencias en la Administración de Justicia, que sus profesionales no paran de denunciar, empezando por la persistente lentitud, el cuarto país europeo que más tarda en resolver los asuntos civiles y mercantiles, o valorando la ratio jueces por habitante, la quinta mas baja de la Unión Europea, hay un modelo dominante de valores que cuadra bien con la repetición de este tipo de comportamientos. La fuerza frente a la consideración, y el egoísmo frente a la lealtad. Hasta los delitos o los comportamientos inadecuados, en el caso de las infantas, son fiel reflejo de nuestras debilidades.