Vaya por delante que en este país hemos retorcido tanto lo que es y no es la Carta Magna que hemos conseguido que constitucionalista sea un adjetivo más descalificador que calificativo, y de uso bastante arbitrario en manos de quienes en su día se abstuvieron o votaron no a la propia Constitución. Decía el profesor Innerarity que cuando la oposición política se ejerce con la lógica de la protesta no asume ninguna responsabilidad y se sitúa así fuera del sistema político. Una reflexión que puede servir como prueba del nueve a Unidas Podemos en su nuevo papel, o al centro derecha, si sigue estando allí, para explicar por qué lo mismo que unas veces se interpreta como necesario para la gobernabilidad y estabilidad cuando lo hace el adversario es torna en cesión y traición.

Añadamos que lo que sí es ya inconstitucional desde este 1 de enero es incumplir los objetivos de déficit estructural marcados por Bruselas al entrar en vigor el apartado 2 de la reforma de aquel artículo 135 del 2011 y el fin del peridodo transitorio, lo que, en cualquier caso, dará muy poco margen económico al próximo Gobierno, presumiblemente de izquierdas.

Y concluyamos que las contrapartidas al sí de los partidos hegemónicos de aquel café para todos (algunos por una vía más rápida que otros) sean en competencias (y cesiones) autonómicas no son novedad. Cabría recordar aquel Arzalluz que en 1996, tras pactar con el PP, decía que le había «sacado» a Aznar en 14 días «más que a Felipe González en 14 años», o que las transferencias de Tráfico en Navarra, ahora en cuestión, ya fueron pactadas en el 2000 con el propio Aznar. Ejemplos más recientes nos llevan a acordarnos de la última investidura de Rajoy, que se decidió gracias a los canarios Ana Oramas y Pedro Quevedo, este último, ¡ojo!, desligándose del PSOE con el que había concurrido a las elecciones en coalición.

La cuestión es que ahora los focos se sitúan en Cataluña, como ha ocurrido otras tantas veces, con la diferencia de que ya no solo se trata de hablar catalán en la intimidad sino de sentarse a la mesa con un partido que aspira a que una comunidad autónoma se independice de España. Palabras mayores. El monstruo que se ha alimentado durante años en aras de la supuesta estabilidad se ha hecho grande y ahora esta, la estabilidad, está más en duda que nunca. Quizá ya tenemos todos uno poco más claro por qué el 10-N Pedro Sánchez tenía cara de no haber querido ganar las elecciones. H *Periodista