Madrid y Cataluña en una unidad de destino en lo universal, como en algunos ecos del pasado. Los líderes políticos más insignes del neoliberalismo patrio unidos en la rebelión a la normativa vigente, poniéndose a la cabeza de las concentraciones ilegales y desafiantes frente al gobierno estatal. El «esperen a que la gente salga a la calle que lo de Núñez de Balboa les va a parecer una broma» pronunciado en sede parlamentaria por la presidenta Díaz Ayuso recuerda mucho al «Apreteu i feu bé de apretar» de Quim Torra a los CDR. La rebelión de las clases burguesas se parece mucho entre ellas, aunque se cubran bajo banderas distintas.

Los selfis de jóvenes frente a las hogueras con mobiliario urbano en el otoño barcelonés se replican ahora en un barrio de Madrid, sin fuego visible, pero con el virus circulando como una mecha que prenderá con unos días de retraso y mayor letalidad. Y la respuesta de los dirigentes políticos al frente de esas comunidades autónomas no es una llamada a la responsabilidad, a la protesta pacífica y en este caso, con distanciamiento social, sino una invocación a la disidencia frente a un Gobierno que califican de totalitario. Una más de las perversiones del populismo, la distorsión del lenguaje con fines polarizadores.

Díaz Ayuso no entiende por qué los vecinos no pueden salir a manifestarse, aunque sea un ratito por las tardes en su propia calle, que para ella deben de ser de uso privativo y no común como el resto de los espacios públicos. La república independiente de tu calle, con más pertenencia a una determinada clase que a un territorio, por mucho que lleven la bandera a la espalda. Su concepto de la responsabilidad es individual y solo pasa a ser colectiva con sus semejantes, aquí lo «inter» no está muy bien aceptado.

Mientras tanto el vicepresidente Pablo Iglesias para no dejar ningún charco sin pisar, ningún fuego al que echar leña, publicaba ayer un tuit alusivo a estas concentraciones, recordando a los pinochetistas en la calle antes del golpe de estado en Chile. La latinoamericanización de la política española es una constante en todos los frentes ideológicos y un riesgo del que tenemos que escapar. Pero no debemos olvidar los buenos ejemplos como el de Castilla y León, prudente en la desescalada, leal con las decisiones del Ministerio de Sanidad, y acordando entre sus fuerzas políticas una serie de consensos básicos. Solo con el esfuerzo por reconciliar diferencias sobre la base de la negociación justa y la disposición mutua a hacer concesiones saldremos de esta, si lo que se quiere es salir, claro.