Las fechas del calendario han dejado de pasar como retadoras hojas de papel y ya caen como piedras labradas cual tablas de la ley. El desenlace se aproxima. El constante empujón independentista a las bravas en Cataluña ha derivado en la aplicación más severa del 155. Quedan solo cinco días para que el Senado confirme lo que el Gobierno del PP, con el apoyo del PSOE y Ciudadanos, han acordado: destituir al Gobierno catalán, asumiendo su gestión desde el Ejecutivo central, vaciar de poder al Parlament y convocar elecciones quizá en un plazo de seis meses. Si la advertencia de activar el 155 en ese pulso táctico vivido en las últimas semanas no ha servido de disuasión para lograr un tiempo muerto que abriera alternativas al choque inevitable, su puesta en marcha está por ver qué consecuencias sociales conlleva y qué respuestas recibe. De momento, los impulsores políticos del proceso no solo no habrían alcanzado la independencia, sino que dejarían a la comunidad -al menos provisionalmente-- con menor nivel de autogobierno del que partieron. Vaya trayecto. Pero cinco días laborables en esta partida de acción-reacción son un mundo. La convocatoria de elecciones desde la Generalitat -improbable, según declaraciones del portavoz-- abriría un espacio temporal de tensa reflexión, pero sin garantías de llegar a otro sitio que a la casilla de salida, como mucho con distintos actores. El agotamiento del tiempo posible no sabemos a qué dará paso. Quizá a la asunción de la incertidumbre como voluble escenario de convivencia. Mal pinta.

*Periodista