Está el mundo de las ciencias sociales algo alterado, tratando de dar una explicación científica a lo que está sucediendo. La alteración viene producida, en gran medida, por la sorpresa de lo que está aconteciendo, lo que nos obliga a bucear en viejas y nuevas teorías para tratar de dar cuenta lo antes posible de este momento y, en este sentido, de transmitir cierta tranquilidad a la ciudadanía (puesto, que no hay que olvidar que conocer -en este caso una situación convulsa- es sinónimo de controlar). Pero la alteración también es fruto de las diferentes interpretaciones, muchas veces contrapuestas, que se ofrecen, provocadas por el alto nivel de incertidumbre que nos encontramos cuando tratamos de vislumbrar qué nos deparará el futuro.

Para tratar de aclarar las múltiples explicaciones que se están dando, propongo prestar atención a los dos tipos de aproximaciones principales que se están ofreciendo. De un lado, las que se centran especialmente en la perspectiva societal, sistémica o macro y, de otra parte, los argumentos más centrados en lo interactivo, relacional o micro.

Desde la perspectiva sistémica, nos encontramos, a su vez, dos corrientes, cada cual más beligerante con la opuesta: los que defienden que esta crisis es el inicio del fin de una era (capitalista), que va a abrir la puerta a un nuevo futuro más sostenible e igualitario. Las perspectivas económica y ecológica son las que sustentan este tipo de argumentos: para ellos, la economía capitalista es injusta e ineficiente y, además, es insostenible desde el punto de vista medioambiental, con lo que no hay otra alternativa que cambiar de modelo. Es una necesidad, producto del agotamiento del sistema actual; algo que va a tener que acometerse más allá de la voluntad de las personas. Son los que opinan que la naturaleza se ha revelado contra el crecimiento económico exacerbado de, al menos, el último siglo. Nos situamos, en consecuencia, en la senda del cambio, en vistas a la emergencia de un nuevo mundo, aunque no tengamos claro todavía cuáles pueden ser sus características definitorias.

En el lado contrario se encuentran aquellos que piensan que este es un simple escollo en el camino, por muy doloroso y profundo que sea. Para ellos, esto se acabará en cuestión de dos o tres meses y enseguida volveremos a la senda de la recuperación, subiendo las tasas de empleo, los niveles de consumo, etc. Lo que tendremos que hacer, defienden, es armar un sistema de prevención, detección y de acción contra otra posible crisis sanitaria en el futuro. De igual manera que la ciencia, máximo exponente de nuestra civilización, ha conseguido salvarnos de otras enfermedades en el pasado, lo conseguirá con esta: solo nos queda encontrar la vacuna y el tratamiento contra el coronavirus, para retomar la senda de la felicidad. Hablamos pues, de continuidad, de perfeccionamiento y profundización en el sistema actual, dotándole de mayores niveles de previsión.

Desde el punto de vista micro, es decir, de las relaciones sociales, la cosa es bastante más sutil. Existe un acuerdo en que la crisis ha conseguido recuperar el valor de lo próximo (familia, vecinos, amistades, incluso algo tan vago como la comunidad), lo que, por otra parte, ha venido acompañado de una pérdida de relevancia de otros aspectos fundamentales hasta ahora de nuestra vida social, como el consumismo, los espectáculos (deportivos, culturales, musicales, o de otra índole), el turismo, etc.

Palabras clave

Pero más allá de ese punto en común, empiezan las disputas en cuanto a la bondad o no de este hecho. De un lado, se encuentran los que solo son capaces de percibir los efectos positivos. Las palabras claves que están volviendo a ponerse de moda son solidaridad, cercanía, afectividad, cuidado, empatía, etc. Valores despreciados en la sociedad moderna, al calor del triunfo de la razón, y que de algún modo revalorizan dimensiones propias de las religiones.

Pero también, al mismo tiempo, la crisis ha puesto de relieve el peligro que entraña el contacto personal, las caricias, los abrazos y los besos, el encontrarse cara a cara para hablar, el cuidado de las personas mayores, etc. La cercanía se ha convertido en un riesgo y nos angustian posibles escenarios de futuro en los que tengamos miedo a los encuentros en las calles, a las quedadas con los amigos en el bar, a las fiestas de los barrios o de los pueblos. El extremo de esta visión negativa se produce cuando se observa a vecinos denunciando a otros por incumplir las reglas de confinamiento o cómo se reacciona en las redes (con alborozo) cuando la policía detiene a esas personas.

Evidentemente, las dos aproximaciones (macro y micro) tienen puntos de encuentro. Los hay para quienes el nuevo futuro que se avecina, esa sociedad más justa e igualitaria que está por construir, estará marcada no solo por una nueva economía y relación con el entorno, sino también por la centralidad del ser humano y las relaciones sociales. Y los hay que ven un negro horizonte, en el que se producirá una reducción de los niveles de libertades individuales y en el que la tecnología servirá para extender la hipervigilancia, incluso a nuestras relaciones más íntimas.

Por lo tanto, parece evidente que se abren muchas posibilidades y que, por lo tanto, los futuros son varios y diversos. Quizás, como siempre, hacia dónde nos dirijamos dependerá en gran parte de lo vigilantes que estemos, como ciudadanos, para poder empujar en una u otra dirección. Y eso, sin grandes metarrelatos, deberá hacerse día a día. No queda otra.

*Sociólogo